Una reflexión pandémica: ¿gracias Covid?

Una reflexión pandémica: ¿gracias Covid?

Gabriela Moncayo

Esta semana cumplí 17 años sabiendo que vivo con esclerosis múltiple (EM). En todo este tiempo, los cuestionamientos para entender el por qué no han faltado, de hecho abundaron, y evolucionaron al punto de que ahora son una reflexión que llega –de alguna forma– en un contexto pandémico, que ahora me permite explicar de manera más sencilla los complejos síntomas de una enfermedad neurológica y degenerativa como esta.

Han sido muchos años desde el diagnóstico, muchas crisis, muchos descubrimientos, como para conocernos casi a fondo la una a la otra. Siempre lo digo “yo no me quejo y la EM no me hace daño” y no porque no haya síntomas, como la parestesia (hormigueo y debilidad de las extremidades), problemas cognitivos, neuritis óptica (perdí la vista completamente en un ojo), entre otros muy novedosos que nos pasan a quienes vivimos con una enfermedad así.

No se diga en medio de una pandemia, que se convirtió en una gran amenaza para todos, con especial énfasis para los inmunodeprimidos, que nos dio –incluso– un motivo más para temer por nuestras vidas.

Había vivido en cuidados extremos hasta la tercera vacuna, mi antecedente médico me había recomendado (entiéndase impuesto) hacer largas cuarentenas tan rígidas hasta perdí la vitamina D de mi cuerpo por no exponerme al sol. Algo que entenderán las personas que tienen procesos inflamatorios.

Pero llegó mayo de este año. Era el mediodía de un lunes: un escalofrío me recorrió el cuerpo y así como vino, pasó. Al día siguiente, después de un recorrido con varios médicos, también a mediodía, otro escalofrío. Me pareció raro, pero pasó.

Al tercer día me desperté con estornudos y picazón en las orejas, una gran picazón. Entonces, antes de subir a mi oficina fui a ver al médico de la Institución en la que trabajo y me dijo que me haga una hisopado, porque había muchos casos en el edificio.

Lo hice sin haber presentado ningún otro síntoma. El resultado llegó en la noche: POSITIVO.

Otro escalofrío recorrió mi cuerpo, diferente a los anteriores. Este me dio miedo. Acto seguido tomé una libreta, anoté mis cuentas y claves para dárselas a mi mamá por si se complicaba.

Luego llamé a mi neurólogo, se me cerró la garganta y casi no tenía voz.

Austada, pasé la noche aunque sin ningún síntoma. Al día siguiente me desperté muy congestionada. Estuve así hasta las 10:00 y en adelante no sentí nada más, lo cual no me sorprendió mucho, porque soy asintomática.

¿Para qué toda esta cantaleta?

El domingo había contagiado a mi amiga en un almuerzo. Ella, muy preocupada, me escribía todos los días para ver cómo estaba. La respuesta siempre fue “bien”. Cuando era al revés, cuando yo le preguntaba, ella siempre tenía muchos malestares. Eso me dio cargo de consciencia.

Le recomendé que no se bañara, porque había que darle al cuerpo toda la ayuda para que se recupere por sus medios. Igual lo hizo: me escribió asustada a decirme que sentía que iba a morir, que no pudo vestirse de lo agotada que estaba.

Con total naturalidad le dije “es la fatiga, no te muevas”. “No puedo”, me respondió.

Después conversamos. Me preguntó si así se sentía la fatiga, le dije que sí, que eso que le había pasado a mí me pasa muchas veces al día, a la semana.

“¿Cómo puedes vivir así?”, me dijo. Hasta ahora no sé qué responder.

Cuando ya pasé el Covid iba a una terapia que hago y sentí un dolor neuropático intenso en las pantorrillas. Pensé que era la esclerosis, porque los dolores son así, como que algo te quemara por dentro y te causara debilidad.

Me asusté de nuevo, porque no podía tener otro problema de salud tan seguido (eso es algo que siempre me digo). Llegué y le conté a la doctora. Su respuesta: “es el Covid, porque es un virus neurológico. Debe ser por eso que piensas que no tuviste síntomas, porque ya vives con ellos”.

Y ahí la reflexión de la que les hablo. Lo que me dijo no me suena tan loco, porque si fuera una enfermedad respiratoria ¿por qué hay personas que pierden el olfato y el gusto?

Lo que me dijo tuvo mucho sentido: ya vivo así, por eso no sentí nada raro.

No, no soy médica, ni investigadora, ni científica para afirmar –sin temor a equivocarme– lo que acabo de escribir. Sin embargo, uní varios puntos y la respuesta me hizo mucho sentido.

Por eso, ahora cuando hablo de los síntomas de la EM con personas que tuvieron Covid, siento que van a entender los dolores, la debilidad o la fatiga y, aunque me apena mucho que hayan pasado por eso, siento que hablar de fatiga nunca más será sinónimo de vagancia o pereza.

Que quede claro: no quiero que nadie más tenga que pasar por el Covid, que nadie más tenga que vivir así, pero –en lo personal– creo que debería agradecerle al menos al contexto pandémico que me llevó del cuestionamiento a la reflexión.

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Comunicadora Corporativa. Creo en la comunicación como la búsqueda del sentido colectivo. Activista en temas de salud.

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