María Rosa Zury
La larga pausa establecida desde hace más de cinco meses a causa de la pandemia, trajo consigo cambios absolutos en el entorno en el que estábamos acostumbrados a vivir. Nos aislamos, cedimos ante el miedo, perdimos vidas humanas, trabajos y oportunidades. Sin embargo, no fuimos los únicos, la democracia también entró en cuarentena, pero parece que muy pocos lo notaron.
En primera instancia, hay que considerar que los gobiernos democráticos alrededor del mundo enfrentaron grandes resistencias y dificultades a la hora de adoptar decisiones para contener el virus, a diferencia de los regímenes autocráticos que resultaron ser más “eficaces” a lo largo del proceso de desarrollo de la pandemia. En el caso del Ecuador, el Gobierno central adoptó varias medidas que, pese a estar estipuladas en la ley, atentaron o continúan atropellando el sistema democrático.
El Estado de excepción en nuestro país trajo consigo no solo ampliación de facultades y acciones de las autoridades nacionales; sino también, la restricción de libertades, derechos fundamentales de la ciudadanía, y la reducción de competencias de control entre los poderes públicos locales.
A ello, se sumó la extrema vigilancia sobre los medios de comunicación argumentando un combate a la “desinformación” y las noticias falsas.
A los pocos días de implementadas las medidas, el país entero fue testigo del manejo opaco de la información y la contradicción de las cifras oficiales sobre contagios y decesos. No obstante, existe un aspecto de suma preocupación que está relacionado con la supervisión y la censura que se ha ejercido a lo largo de la emergencia sanitaria. No se ha tolerado críticas por parte de medios de comunicación y ciudadanía. Al contrario, se ha procedido a desacreditar a quienes disputan cifras o decisiones del Gobierno.
No suficiente, se ha llegado al extremo de ceder ante medidas muy peligrosas como es el uso de sistemas estatales de “vigilancia intrusiva”. En el Ecuador, se accede a datos por medio de dispositivo móviles para rastrear los movimientos de las personas, violando totalmente el derecho constitucional a la intimidad. Si bien es cierto que la tecnología ha sido indispensable para sobrevivir estos días de confinamiento, es una gran amenaza cuando su función es un mecanismo de control social.
Cabe subrayar que la vigilancia a los ciudadanos es antidemocrática, más aún cuando se implementa desde un Gobierno cuya bandera ha sido la transparencia y la lucha contra la corrupción. Por todo lo mencionado, esta pandemia no solo ha dado excusas a regímenes autocráticos para expandir su control sobre los ciudadanos, además, ha permeado en los gobiernos democráticos como el de Ecuador. Una razón más para alimentar el descontento de la población frente a sus mandantes.
Mientras tanto el empleo, la educación, la estabilidad economía y la democracia están en riesgo. A pocos días de ir retornando progresivamente las actividades, es sumamente importante reflexionar sobre las actuaciones del Gobierno Nacional pero también del nuestro.
La responsabilidad social y cívica hacia nuestra democracia es un desafío. Es momento de tomar conciencia que nuestras decisiones individuales inciden en la comunidad.
Por esa razón, este es un momento muy oportuno para reestablecer un nuevo contrato social, empezando por romper la idea del líder fuerte o demagogo que llega a salvar nuestro país. Debemos exigir un Estado donde predomine el bienestar de los ciudadanos y no los intereses particulares. Del mismo modo, tenemos que reestablecer la institucionalidad partidaria, es decir, partidos políticos fuertes que sean un contrabalance al poder de turno.
En definitiva, los ciudadanos tenemos nuevos retos locales y globales. De hecho, el activismo, la fiscalización y el trabajo en comunidad son pilares fundamentales para enrumbar la política y economía del país. El manejo del país no puede recaer en manos de un grupo contaminado por la corrupción, y debemos alejarnos de la idea de que el voto es la única expresión democrática. No somos los mismos de antes. Es momento de cambios y de no permitir que nuestra democracia permanezca en una larga cuarentena.
Politóloga apasionada por la lectura, la escritura y la defensa de causas justas. Columnista en Diario La Hora. Ha colaborado en proyectos de inclusión educativa tanto en Ecuador como en Argentina.