Si los hombres se embarazaran, ¿el aborto sería legal?

Si los hombres se embarazaran, ¿el aborto sería legal?

Alondra Santiago

Si los hombres se embarazaran, ¿el aborto sería legal? Esa pregunta se la hizo en el 2001, Adriana Ortiz- Ortega, politóloga mexicana, feminista y especialista en temas de género inclusión y diversidad. En su libro, hace un análisis profundo de aspectos históricos y geopolíticos para evidenciar que la discusión sobre el aborto no es nueva, sino que atraviesa períodos históricos marcados también por los cambios sociales, económicos, legales, sanitarios e incluso por la injerencia que la Iglesia Católica ha tenido en cada uno de ellos.

Yo no quiero escribir un artículo sobre el aborto y los procesos ideológicos, históricos y patriarcales por los que se ha visto atravesada esta sociedad de hombres y mujeres conflictuados con este asunto de derechos humanos. No quiero y pienso que no es mi deber ser parte de este análisis exhaustivo porque creo que hay muchas mujeres, como Adriana, que desde su experiencia, conocimientos e información científica y empírica pueden explicar de mejor forma por qué el aborto es y será siempre un derecho de las mujeres sobre sus cuerpos. Creo firmemente que los silencios son importantes, pero no uno que sea parte de la sumisión que por imposición cargamos en nuestros hombros. No es un silencio de autocensura sino uno más bien en donde escuchemos, aprendamos y entendamos qué ocurre a nuestro alrededor sin necesidad de imponer nuestras ideas que parten desde el privilegio.

Según la secretaria de Derechos Humanos, Bernarda Ordoñez, más de 3.000 niñas menores de 14 años son madres cada año. Quiere decir, además, que, según estos registros, más de 3.000 niñas menores de 14 años son violadas cada año de acuerdo con el Código Orgánico Integral Penal.

Ni hablar de la condición revictimizante que trae consigo el hecho de ser una niña, violada y luego obligada a parir en un país donde las condiciones socioeconómicas, culturales y educativas no están planteadas para que el futuro de ellas sea óptimo sino tortuoso, sin oportunidades y discriminatorio.

De políticas públicas se habla mucho y se hace poco. ¿Excusas? Presupuestos, tiempos, otras prioridades, discursos populistas y, por último, cuando se les acaban las justificaciones que avalan un estado pasivo, patriarcal, dogmático y violento con nosotras, la culpa recae en los gobiernos anteriores. Y así, nuestros derechos pasan de un lado a otro, siendo debatidos, enlistados en la hoja de presupuestos y descartados, reducidos a mínimos porcentajes de acción mediática que pretenden contentarnos mientras, en el fondo, nada se ha hecho hasta ahora por legitimarlos.

“Un hombre de aspecto rígido y nervioso entra en un edificio grande, intimidante, gris, entre carcelario y ministerial, frío. Después de pasar por varios controles en los que le registra y hacen preguntas llega a un mostrador ocupado por dos mujeres.

HOMBRE: Hola, buenas tardes. Tengo cita para hacerme una vasectomía.

MUJER 1: (en tono agrio): ¿Ha traído el informe de la psicóloga?

HOMBRE: sí, del psicólogo.

MUJER 2: ¿Y de la jueza?

HOMBRE: Sí, también, pero…

MUJER 1: ¿Y el certificado de haber asistido a las charlas orientativas sobre sus derechos reproductivos? ¿Y la carta sellada por una sacerdotisa?”

Este es un chiste feminista con el que introduce Nerea Pérez de las Heras en el capítulo 6 de su libro “Feminismo para torpes”. Pero no termina ahí.

Las mujeres le restriegan en la cara cómo es un error que se haga la vasectomía ya que “uno coma cinco hijos podrían ser un ingeniero y medio” y que “son vidas humanas valiosísimas las que tiene en estos momentos dentro de sus testículos”. Y mientras las mujeres siguen hablando entre ellas:

-El hombre, abatido, abandona el edificio en busca de una alternativa para su problema.

A los hombres, ¿les resulta familiar esta imagen? No. A nosotras sí.

El edificio ministerial, la presión de los otros en torno a nuestros cuerpos, las solicitudes de permisos para hacer lo que disponemos, los certificados, la burocracia, los plazos, las miradas, los futuros ingenieros y lo absurdo de los comentarios, opiniones y argumentaciones absolutamente subjetivas, futuristas, sin sustento alguno. Cuando se trata de acceder a un aborto por violación, las niñas, adolescentes y mujeres víctimas tienen que pasar aún hoy, en Ecuador, por estos procesos denigrantes producto de la verticalidad y el poder en el que está fundamentada la sociedad y sus leyes.

Fuente: Primicias

La Corte Constitucional del Ecuador despenalizó el aborto por violación el 29 de abril del 2021 y le dio a la Asamblea un plazo de 6 meses para redactar dicha Ley que regule la interrupción de los embarazos productos de una violación con base en el contenido del dictamen. El 28 de diciembre del año pasado se cumplía el plazo. Estamos casi por terminar enero y aún no tenemos una Ley que nos proteja. Sí, el aborto por violación ya es legal en Ecuador, pero las discusiones acerca de su regulación recaen ahora en los plazos, en la creencias, prejuicios, dogmas, imposiciones e imágenes de futuros ingenieros asesinados.

Nos encontramos ante hombres y mujeres creando historias e inventando cifras sobre la incidencia en los casos de suicidios por abortos. En la desfachatez de no poner plazos para abortar y cuando los hay, en los dramáticos testimonios de mujeres que parieron a los 5 o 7 meses. Leemos a una prensa que toma posturas ideológicas y escribe desde las emociones para atraer a una audiencia que, en conjunto, perpetúan la violencia contra las mujeres desde los mensajes.

Vemos a diario legisladores privilegiados, políticos hombres, mujeres, con mensajes machistas, patriarcales y paternalistas, ciegos a las realidades, obstaculizando un proceso que debe y tiene que ser cumplido. Escuchamos al presidente hablar de vetos anticipados sin tener en el mano siquiera el proyecto de Ley. Vemos como la selectiva moral de muchos tiene más fuerza que la vida de las 3000 niñas violadas, embarazadas, obligadas a parir.

Nosotras hablamos de derechos fundamentales, de salud pública, de políticas de Estado, de soluciones concretas y de lograr que el sistema de salud, así como las demás instituciones del Estado generen los mecanismos para proteger los derechos de las niñas y de cada mujer violada que decida interrumpir su embarazo.

Los fetos gigantescos de papel maché llamados Guillermo, Juan, Ernesto, con un futuro prominente en el mundo de la ingeniería lo único que reafirman es que aquellos que dicen defender la vida, empatizan más con un cigoto, un embrión, un feto, que con la niña que lo lleva adentro. Y de ahí el silencio.

Los derechos no tienen ni deben estar sujetos al voto público, ni a coaliciones, ni a dogmas ni a religiones. Los derechos los tenemos todos, todas, todes y no es cuestión de debate si nos lo dan o no. El debate radica en que los derechos no se quitan.

Entonces callen, escuchen, entiendan por qué los plazos los único que perpetúan es la restricción del acceso a la salud y condena a las mujeres a la clandestinidad. Callen y escuchen el por qué una niña que nunca ha tenido una clase de educación sexual porque tal vez no ha tenido tampoco la posibilidad de acudir a una escuela no entiende lo que es la menstruación y sabe menos lo que es estar embarazada y no comprende por qué su padre, abuelo, tío o hermano abusaron de ella.

¿Sabe acaso ella qué significa ser abusada?

Lo sabes tú, asambleísta privilegiado que decides no escuchar a una mujer porque su profesión no te conviene y no procesas los datos que te ponen en frente.

Lo sabes tú, primera dama, que tuviste acceso a la educación privada y que ahora da consejos sobe cómo las niñas deben cuidarse de tíos abusadores y las culpas, las revictimizas en un evento sobre la erradicación de la violencia contra la mujer.

Lo sabes tú, expresidente, que no tuviste que ver a tus hijas pasar por un proceso denigrante, abusivo, porque estuvieron siempre dentro de un ambiente de cuidado.

Lo sabes tú que te dices llamar provida y defiendes los derechos del feto solo si este sale ingeniero, banquero o economista heterosexual, de lo contrario, cuestionas, debates y marchas porque Dios prefiere “la normal, no el pecado”.  Lo sabes tú que piensas que “el cuerpo de las mujeres no es del todo suyo sino una especie de espacio semipúblico sujeto a regulaciones externas (Nerea Pérez de las Heras).  Lo sé yo que escribo este artículo porque he escuchado a mis compañeras pelearse y jugársela contra este sistema, porque tengo acceso a los libros, porque tuve educación y posibilidades, porque he tenido, a pesar de esta sociedad patriarcal que me atraviesa, privilegios.

Y ellas, ¿qué?

¿Cuándo nos callamos y las escuchamos?

“Si el Papa fuera mujer, el aborto sería ley”. Sí, no por gusto lo cantamos y lo gritamos en cada marcha. Si los hombres se embarazaran, el aborto sería legal porque estarían todos escuchándose y defendiendo sus derechos y buscando mecanismos para gestionar tan terrible situación.  ¿Y es que acaso no nos escuchan a nosotras? Me sorprende porque nuestras voces, juntas todas, forman un coro que hace temblar al patriarcado en cada esquina, en cada casa, institución, gobierno y Estado.

Pero, ¿saben lo que creo?, que esos en contra de los derechos de las mujeres están tan preocupados en hacer ruido, bulla, en conservar sus frágiles superioridades que, aunque saben de nuestra presencia, no nos quieren ver, no quieren escucharnos. Pero ahí estamos y no me da pena decirles que no nos vamos a callar, jamás. Entonces, no me queda más que darles un último consejo. Para que no se queden atrapados en la débil red del patriarcado, para que entiendan cómo funcionan nuestros derechos, para que saquen sus crucifijos de nuestros úteros, para que de una vez por todas comprendan que tenemos voz, ustedes:

Cállense.

Escuchen.

Véannos.

Respétennos.

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(cubana radicada en Ecuador).
Licenciada en Periodismo Internacional
Licenciada en Actuación
Máster en Periodismo y gestión de comunicación.
Reportera de televisión y locutora de radio.
Articulista
Feminista, defensora de los derechos de las mujeres.

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