Por: Valeska Chiriboga Escobar
La democracia en Ecuador siempre se ha asemejado a un juego político en donde unos pocos, elecciones tras elecciones, sueñan con alcanzar el poder porque argumentan que ellos poseen la receta “perfecta” para “solucionar” este país; otros pocos, efectivamente, alcanzan el poder y una vez dentro se vuelven una especie de monarcas autócratas gobernando únicamente a su favor. Entre banqueros conservadores y machos disfrazados de progresistas jugando a este juego llamado democracia ecuatoriana, a las mujeres nos ha tocado existir y resistir durante años. A tan sólo meses de las siguientes elecciones presidenciales y legislativas, Ecuador vive una crisis económica, política, social y sanitaria sin igual. En este contexto simultáneo de inestabilidad política y de elecciones, van surgiendo las mismas figuras de siempre, haciendo énfasis en cómo han logrado “renovar” sus partidos internamente, y como, ahora sí, importa una agenda por y para las mujeres.
Las mujeres ecuatorianas hemos liderado procesos políticos históricos, desde independencias y el sufragio femenino, hasta activismo social y reformas legislativas. La participación política de las mujeres a pesar de existir desde siempre, ha sido históricamente invisibilizada por los grandes partidos y sus líderes. Paralelamente, Ecuador se ha construido sobre cimientos machistas y misóginos. En un país donde actualmente sólo el 8% de 221 municipios son liderados por mujeres, y en donde no se promueven medidas progresivas y afirmativas para garantizar la paridad de género en las organizaciones políticas, es evidente que la violencia política hacia cualquier mujer más que normalizada, será institucionalizada. En ese sentido, ¿cómo es ser mujer y hacer política en el Ecuador? Responder esta pregunta nos lleva a observar un panorama que está manchado por la violencia política y la misoginia por el simple hecho de ser mujeres y ocupar un espacio en la esfera pública.
Sin mujeres no hay democracia, y efectivamente, sin nosotras no puede existir ningún proceso político puesto que somos la mitad de la población y relegarnos significa ignorar nuestras demandas y necesidades.
Sin embargo, no sólo es necesario promover la representación política de las mujeres a través de acciones afirmativas y la discriminación positiva. Es imperativo hablar también de la representación política de mujeres que se reconozcan a sí mismas como feministas. No necesitamos que líderes políticos caducos y caudillistas, que toda la vida abiertamente han sido machistas en sus discursos, que osan poner tweets agarrándose de algo tan doloroso como un femicidio para captar votos, que se denominan gobernantes feministas, pero son hombres quienes lideran sus listas de candidatos, nos vengan a decir ahora que sí importa una agenda de género. La agenda de derechos de las mujeres no es necesaria recién para el 2021, la agenda de nuestros derechos ha sido necesaria desde siempre y hemos sido las mujeres quienes hemos peleado, contra todas las barreras que han sabido ponernos, para lograr alcanzarlos.
La forma tradicional de hacer política en el Ecuador se ha caracterizado por un protagonismo exacerbado de un líder masculino que, cualquiera que sea su ideología política, asegura que posee la fórmula secreta para sacar de la crisis constante que vive el país. Esta forma masculina y hegemónicamente patriarcal de ejercer poder, en donde se vuelve usual escuchar que éste líder es el mesías que necesitamos para salir de cuál sea la crisis, que utiliza y promueve una lógica patriarcal del enfrentamiento y la contienda a través de sus discursos, que legitima sistemas judiciales revictimizantes y machistas, que monopoliza la política y es carente de un enfoque de género y de derechos, este juego político manchado de caciques ansiosos por acaparar más y más poder, es el que les ha tocado a las mujeres vivir cuando se trata de ejercer un cargo de poder.
Si bien encontramos valor en acciones que permitan que cada vez más mujeres obtengan un cargo de elección popular o que sean designadas como cabeza de las instituciones políticas, puesto que es evidente que el país necesita con urgencia más mujeres ocupando estos espacios, no necesitamos que estas mismas mujeres mediante estos cargos sean quienes repliquen estos modelos patriarcales y obsoletos de hacer política y del poder. Al contrario, necesitamos que ellas logren desafiar internamente a las organizaciones y partidos políticos, y que puedan ser capaces de crear y promover nuevas formas de hacer política a través de la participación horizontal, el diálogo, el reconocimiento de las diversidades, que sean capaces de poner en el centro la vida de las mujeres y la garantía de nuestros derechos.
De cara a las elecciones, la agenda política del 2021 de los candidatos a toda costa intenta utilizar la lucha feminista como un recurso comunicacional más, a beneficio individual y con el objetivo único de captar votos, mas no por un interés genuino por la vida de las niñas, adolescentes y mujeres ecuatorianas. La agenda política del 2021 no sólo debe contar con un enfoque de género y de derechos, esta agenda debe ser liderada por mujeres feministas que logren trabajar por y para las mujeres.
La agenda política del 2021 debe estar protagonizada por el reconocimiento de una problemática de género latente en el Ecuador, y al mismo tiempo deben contar con la voluntad política para aplicar soluciones concretas para frenar la violencia contra las niñas y mujeres.
La agenda política del 2021 debe contener una clara política contra los femicidios, la reivindicación de nuestros derechos sexuales y reproductivos, la participación plural de todos los sectores de la sociedad, y principalmente, debe estar atravesada por los principios de la interseccionalidad y la justicia social, que permita la participación y ejercicio de poder de mujeres negras, indígenas, mestizas, mujeres lesbianas y trans, ejerciendo y transformando la política desde adentro. Es imperativo que esta agenda sepa reconocer la política realizada desde la militancia de las calles, pues somos las mujeres feministas quienes ponemos el cuerpo desde el activismo social en los espacios públicos para exigir y demandar políticas claras a un Estado que bastante ya ha tenido siendo negligente para con nuestros derechos.
La participación política de las mujeres y la aplicación de una agenda con perspectiva de género para el 2021 no debe ser un tema más que se encuentre al final de sus intereses o un mero adorno en sus discursos, deben ser prioridades y ejes transversales para ejercer política en los años venideros. Las mujeres y nuestra participación, no pueden ser relegadas a simples cuotas para engrosar sus listas, al contrario, nuestra participación debe ser para tomar decisiones y ejercer el poder de manera que logre cambios estructurales positivos en la sociedad. Es incongruente y llena de ignorancia aquella idea de que las mujeres no participamos en política porque no queremos, porque no nos interesa o porque no estamos lo suficientemente capacitadas. Es todo lo contrario, han sido mujeres políticas como Jacinda Ardern (Nueva Zelanda), Angela Merkel (Alemania), Sanna Marin (Finlandia), entre otras, quienes a nivel mundial han manejado y liderado con éxito la crisis del covid-19 en sus respectivos países. A las mujeres lo político nos atraviesa en lo más personal, desde sus políticas antiderechos que obligan a niñas a parir, hasta políticas regresivas que obstaculizan nuestra participación en la política.
La política caudillista y la lógica patriarcal y masculina han sido las que nos ha llevado a las mujeres y a los jóvenes a niveles inconmensurables de hartazgo, y ese cansancio frente a la política actual ecuatoriana será evidenciada en las urnas en el 2021, puesto que no se soporta un político más llenándose la boca de lucha contra la corrupción cuando es bien claro que los culpables de la crisis son ellos mismos. Es paupérrima la idea de que en el discurso se atrevan a hablar de los jóvenes, de la participación, de la renovación y la innovación, pero por dentro de sus organizaciones políticas y partidos sean los mismos misóginos y machistas de siempre, odiadores de mujeres, y que se oponen a políticas públicas que garanticen nuestros derechos a una vida digna y al goce de nuestros derechos sexuales y reproductivos. No olvidamos a los conservadores y fachos, tanto de izquierda y de derecha, que se opusieron a algo tan vital para la protección de nuestra vida como lo fue la despenalización del aborto en casos de violación y, que ahora, estos mismos conservadores y fachos pretenden asegurar que su gobierno es el del cambio.
Es más que claro y urgente que necesitamos mujeres en espacios de poder haciendo política en Ecuador, y también es bastante evidente que necesitamos que dichas mujeres sean feministas, que logren desafiar este juego patriarcal de hacer política en Ecuador y se construya colectivamente una nueva forma de hacer política desde las bases.
No necesitamos ejercer cualquier poder, necesitamos que sea un poder feminista el que se ejerza. Que las mujeres políticas logren reconocerse a sí mismas como feministas, cuestionen las relaciones de poder establecidas, que vean a otras mujeres políticas como compañeras y aliadas y no como competencia. Frente a este panorama tan complejo, la urgencia de una representación política verdadera y protagonizada por mujeres feministas con una agenda política clara por nuestros derechos, será la que nos llevará a construir nuevos mundos más justos para nosotras.
Guayaquileña, feminista, activista por los DDHH, estudiante de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, integrante del colectivo Aborto Libre Guayaquil.