Manuel Salgado Tamayo
Mientras en el mundo la crisis sanitaria desatada por el Coronavirus obliga a los estadistas a poner una lápida sobre las teorías de mercado, que no sirven para enfrentar al enemigo invisible y vuelven a un papel activo del Estado, en el Ecuador un grupo de empresarios y políticos, dogmáticos y anacrónicos, tienen secuestrado al inquilino de Carondelet al que le han impuesto un paquete de ajuste de las fracasadas políticas neoliberales, cuyo efecto previsible será la profundización de la crisis económica y social, que se viene arrastrando desde fines del gobierno anterior.
El neoliberalismo desarmó la capacidad de los Estados.
En el Ecuador y América Latina, ahora convertida en el epicentro de la crisis sanitaria, todos recuerdan que la globalización neoliberal, impuesta desde hace medio siglo, desarmó la capacidad de los Estados para enfrentar las crisis cíclicas que hacen parte del capitalismo. La teología de mercado se difundió e impuso como el recetario único para garantizar el crecimiento económico y resolver los problemas de la vida cotidiana de las mayorías.
Los pueblos se movilizaron y lucharon, durante tres décadas, para derrotar a ese proyecto perverso y lograr el mantenimiento de las instituciones y las políticas sociales necesarias para garantizar la salud pública, la educación laica y el sistema de seguridad social indispensable para proteger a los sectores más vulnerables, entre ellos, los niños, los ancianos, los discapacitados.
Pero en la mayoría de los países del mundo se impusieron las políticas de achicamiento del tamaño del Estado y privatizaciones que diezmaron los avances que se habían logrado en Europa bajo el impulso del Estado de Bienestar, las políticas del New Deal diseñadas por Roosevelt en los Estados Unidos de América, todas ellas apoyándose en las ideas de Keynes, y; en América Latina y el Caribe, bajo el amparo del Estado desarrollista, concebido en buena parte por Raúl Prebisch y la CEPAL. Los derechos laborales y las políticas sociales fueron detenidas y destruidas a partir de los años 80, como resultado de un acuerdos de élites en el que participaron de forma activa Reagan, Teatcher y las instituciones de Bretton Woods, a la que se sumó el ambiente creado por la implosión del socialismo real, la parálisis de la socialdemocracia europea y el papel cómplice de algunos intelectuales universitarios que se sumaron entusiastas a los nuevos desarrollos de la economía neoclásica y la globalización.
La desilusión de los gobiernos progresistas.
En el torna milenio empezaron las victorias electorales de los llamados gobiernos progresistas que sembraron de esperanza la región, pero muy pronto pudimos advertir la ausencia de un programa de cambios estructurales que impidió la materialización de sus consignas de campaña y, para mayor ironía de la historia, en el 2014, terminaron el largo ciclo de las materias primas y el boom financiero que habían sido los factores externos que sostuvieron las políticas de transferencia monetaria directa y otros programas diseñadas por el mismo Banco Mundial. Para colmo, algunos de esos procesos se enredaron en la telaraña de la corrupción dando paso a gobiernos neofascistas como el de Brasil o abiertamente neoliberales como en la Argentina del derrotado Mauricio Macri o en el Ecuador de Lenin Moreno.

De la memoria de los ecuatorianos no se han borrado las cifras de los enormes recursos económicos que dieron paso a la construcción de un aparato burocrático gubernamental desmesurado, a la compra de aviones presidenciales y vehículos de marca para los ministros y a una corrupción desenfrenada en la construcción de grandes obras improvisadas en los sectores estratégicos; simultáneamente, se desconoció la trayectoria histórica de las universidades, se desperdiciaron los recursos necesarios para la investigación científica en el disparatado e irresponsable proyecto de la “Ciudad del conocimiento” y las 4 universidades de “categoría mundial”. Se cerró el Instituto “Leopoldo Izquieta Pérez” que tenía una larga e importante experiencia en el campo de las investigaciones sanitarias, se maltrató a los médicos de que laboraban en los hospitales públicos, y para terminar la farra correista, se impuso mediante el fraude electoral la sucesión de un gobierno débil que, para estabilizarse tuvo que entregar el frente económico a un grupo de empresarios y políticos de extrema derecha todavía deslumbrados por las teorías de mercado.
La receta imposible: coronavirus + neoliberalismo.
A la conducción suicida y reaccionaria de ese gobierno se sumó el SARS – CoV – 2 causando un terremoto de alta intensidad que ha demostrado que frente a una pandemia de carácter global los mercados no cumplen ningún papel y la ONU y sus organismos especializados carecen de los recursos y las capacidades para enfrentar un fenómeno caracterizado por su enorme complejidad.
En un gesto de impotencia los Estados nacionales han levantado como escudo protector la soberanía, el estado de excepción y la cuarentena en un momento en que habría sido mucho más útil la cooperación y la solidaridad internacional.
Con razón el filósofo esloveno Slavof Zize sostiene que “la actual crisis sanitaria desnudó las debilidades de las democracias liberales y que el mundo se encamina, entonces, hacia alguna forma de “comunismo impuesto por la pura necesidad de supervivencia”, rememorando la famosa frase de Samir Amín: “Socialismo o barbarie”. Zizek agrega que el virus puso en evidencia que vivíamos con otro virus dentro, naturalizado: el capitalismo. Y que la crisis debe ser utilizada como una oportunidad para liberarnos de la “tiranía de mercado”. La afirmación de Zizek fue refutada por el surcoreano Byung – Chun – Han que sostiene:”El virus no vencerá al capitalismo.” “Ningún virus es capaz de hacer la revolución”. Recordando que “Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.[1]

La crisis está operando cambios que parecían imposibles.
Pero nadie puede negar que la crisis está operando consecuencias que hace poco parecían imposibles. El Fondo Monetario Internacional, que junto al Banco Mundial actuaron como los gendarmes de las políticas de ajuste estructural, ahora propone que los Estados no paguen la deuda externa y recomienda que es hora de elevar los impuestos a la renta, a la propiedad y al patrimonio para con esos recursos ayudar a los trabajadores despedidos, multiplicar los seguros de desempleo, bajar las tasas de interés, todo ello con el fin de enfrentar la desigualdad de oportunidades; la desigualdad intergeneracional; la desigualdad entre mujeres y hombres.
Al fin y al cabo sus técnicos saben que las políticas de mercado han profundizado la desigualdad, en el último medio siglo, hasta el extremo en que 2 mil millonarios tienen más recursos que 4.600 millones de pobres.
El propio presidente de la gran potencia Donald Trump dijo, el 18 de marzo, que está dispuesto a invocar una cláusula para dictar disposiciones sobre el sector privado, considerado antes sacrosanto e intocable. El primer ministro inglés Boris Johnson, otro de los políticos que minimizó la crisis, anunció, el 24 de marzo, la nacionalización temporal de los ferrocarriles y el gobierno español nacionalizó el sistema sanitario privado. Varios países capitalistas europeos mantienen una remuneración básica para los desempleados.
Guayaquil el espejo en el que no podíamos reconocernos.
La enorme tragedia que vivió Guayaquil la última semana de marzo y los primeros días de abril, en cuyo espejo los ecuatorianos no podíamos reconocernos, quedará en la memoria de millones como el vivo retrato de lo que han hecho de nuestro pueblo las élites económicas y políticas. Grupos de personas que reciben la orden de cuarentena en sus precarios refugios de caña y zinc. Familias atravesadas por el dolor y el miedo que llaman a los centros hospitalarios que jamás responden. Hijos y nietos que ven morir a sus padres y abuelos y que no tienen recursos para comprar los servicios funerarios. Médicos y enfermeras que carecen de los implementos mínimos para trabajar en las condiciones de alto contagio de los hospitales y mueren en el cumplimiento de su deber. Y, finalmente, la decisión atroz de llevar los cadáveres a la calle para ver si alguna autoridad se compadece, los recoge y da cristiana sepultura. Y entonces para ahuyentar la peste queman los colchones y otras prendas de los difuntos y el olor de la muerte, la impotencia y la rabia se difunde por los medios de comunicación que venden al mundo la noticia terrible. Para coronar la jornada la alcaldesa de Guayaquil da la orden de que vehículos militares y policiales impidan el aterrizaje de un vuelo humanitario, procedente de Europa, que venía a rescatar ciudadanos que habían quedado atrapados por la cuarentena.
El Estado y sus gobiernos local y nacional quedaron al desnudo con la suma de sus incapacidades, después de la supuesta administración exitosa de la década anterior.
Se habían olvidado de los villanos que saquearon al País hace 20 años y por cuyos efectos miles de guayaquileños y ecuatorianos viven y trabajan en España y otros países de la Unión Europea. Ironía de ironías, ahora, algunos de esos migrantes, retornó, sin saberlo, con el virus a cuestas para contagiar a sus familiares y amigos. El sistema de salud del Estado se mostró incapaz de atender la emergencia en una ciudad en la que históricamente se había impulsado la privatización de los servicios esenciales. Los enormes hospitales cuya construcción había iniciado el gobierno anterior estaban paralizados en medio de graves denuncias de corrupción. Las funerarias, también en manos privadas, no tenían el número de nichos suficientes para atender la emergencia. Los cementerios fueron desbordados y el municipio tuvo que emprender en la construcción de uno nuevo.

De inició se pensó que había una conspiración informativa – para afectar al candidato presidencial socialcristiano y al Gobierno – desatada por los troles del correismo, pero las evidencias eran apabullantes y los ecuatorianos tuvimos que aceptar la dolorosa verdad de que estamos abandonados y solos en una sociedad anómica en la que podía constatarse que el mercado es una entelequia irreal a la hora en que se consumaba una tragedia sanitaria sin precedentes en nuestra historia.
Una voluntaria española en Guayaquil relata: “Las personas se están muriendo en medio de las calles, se desploman, llaman a emergencias y nadie les atiende, ni siquiera te dan respuesta, la gente pobre está conviviendo con los cadáveres en sus casas” (BBC, 14 de mayo).
Y el drama no ha concluido: “cinco contenedores en el hospital del Guasmo Sur en Guayaquil albergan 237 cuerpos en estado de descomposición, de los cuales 131 no están identificados” Y en la capital: “Algunos quiteños se desploman en la calle y mueren, la escena parece repetirse en varios puntos”, anota el cronista del Diario “El Comercio”.
Lenin Moreno no fue capaz de gestionar la crisis sanitaria.
A la crueldad y abandono que observamos en la ciudad de Guayaquil , se ha sumado la sensación de que el gobierno de Lenin Moreno no ha tenido ninguna capacidad para enfrentar la crisis y actúa como un rehén de un grupo de empresarios y políticos de extrema derecha, entre los que se cuentan los miembros de Ruptura de los 25, que se han obstinado en aplicar un duro paquete de ajuste estructural contenido en la mal denominada Ley de apoyo humanitario, aprobada por la Asamblea, el 15 de mayo, con 74 votos a favor, con la que se destruyen los derechos de los trabajadores conquistados en más de un siglo de lucha; la Ley de Finanzas Públicas, destinada a crear las condiciones necesarias para el ajuste fiscal y el pago de la deuda externa, también aprobada por la Asamblea, el 16 de mayo, con el voto de 72 miembros; a las que se suma el paquete de 7 medidas anunciadas por Lenín Moreno, el l9 de mayo, en las que se reduce la jornada de trabajo y el ingreso proporcional de los trabajadores del sector público y se cierran 10 empresas públicas para privatizarlas a manos de los voraces apetitos de mafias vinculas al régimen.

Todas éstas medidas descargan el peso de la crisis sanitaria y sus consecuencias económicas sobre los hombros de los sectores populares y las capas medias, sin contemplar una mínima contribución de los grandes grupos económicos, que actúan como extranjeros en su propio país, lo que ha provocado una ola de indignación en amplios sectores de la sociedad, por ahora detenidos por la cuarentena, el Estado de excepción y la incertidumbre que genera el Coronavirus, pero que puede provocar un nuevo estallido social, como el ocurrido en Octubre del 2019, dado el incremento del desempleo, la pobreza y el hambre, factores objetivos a los que se ha sumado, en el clímax de la pandemia, las múltiples denuncias de actos de corrupción cometidos por funcionarios del actual gobierno y asambleístas que no han tenido piedad del dolor de su propio pueblo y se han dedicado a robar los recursos destinados a la adquisición de kids alimentarios, de fundas para recoger cadáveres, de implementos para hacer pruebas rápidas de contagio y hasta de simples mascarillas, cuando no desviar los recursos destinados a la construcción del hospital de uno de los cantones más pobres del País: Pedernales.
Si se suman estos factores objetivos a las tradiciones combativas y el nivel de conciencia que caracterizan al Frente Unitario de Trabajadores, FUT, el movimiento indígena y campesino, los maestros, los estudiantes, los pobladores de los barrios marginales y otros sectores organizados de la sociedad, pueden repetirse los estallidos sociales como el que estamos mirando en varias ciudades del Imperio Americano.
Por ahora el gobierno y sus aliados de la derecha política parecen apostar al poder desmovilizador de las elecciones que, en condiciones de pandemia, les podrían garantizar una continuidad en el poder, aunque la crisis sanitaria ha interpelado de modo implacable a sus candidatos y en el Ecuador volcánico lo imposible es lo único real.
Referencias:
[1] http://www. latercera.com, 23 de marzo del 2020. Sobre el coronavirus y el capitalismo// Debate Zizek – Byung – Chul Han.
Profesor Emérito de la Universidad Central del Ecuador. Ex legislador. Literato. Mgs. en Relaciones Económicas Internacionales mención Comercio e Integración por la Universidad Andina Simón Bolivar. Phd en estudio latinoamericanos en UASB