Carta a mi hija

Carta a mi hija

Elsa Guerra

Cada día que mis ojos te miran, observo el futuro de un mundo mejor en tus manos.

Una sociedad donde puedas vivir plenamente, y en el que tus proyectos puedan concretarse, sin que el hecho de ser mujer sea una condena a la desigualdad naturalizada, que persiste estructuralmente en la humanidad.

Gracias a la lucha inclaudicable de miles de mujeres, tú y yo tenemos la posibilidad de construir nuevos lazos de amor por fuera de la imposición de roles, y que más bien se confirman en la voluntad amorosa de acompañarnos en la vida.

Sin embargo, los resultados son insuficientes, ya que el patriarcado como sistema de opresión es persistente y ha modificado algunas de sus estrategias para sostenerse hasta hoy, obviando nuestras demandas. A esta situación, se suma la presencia de una crisis sanitaria mundial que ha ahondado nuestra condición de desigualdad, provocando una regresión en el acceso a derechos de por lo menos 10 años.

En pleno siglo XXI, todavía el mercado laboral es un espacio de explotación patriarcal, colonial y capitalista. Las mujeres diversas vivimos con mayor incidencia las tasas de desempleo, desigualdad salarial, precarización laboral, despidos intempestivos, limitaciones para el acceso a la sindicalización. Asimismo, el  trabajo reproductivo-productivo  no se reconoce como fuente de sostenimiento de las economías, es invisibilizado, romantizado y nos convierte en proletarias del proletariado (es decir, en objetos). Esta situación provoca restricciones en el acceso a una vida de calidad a lo largo de nuestra existencia, incidiendo en la poca materialización  de otros derechos (especialmente en la etapa adulta mayor). Por ello, las mujeres en el mundo decimos que eso que algunos llaman amor es sobre todo trabajo sin pago.

Las cifras de violencia contra las mujeres son alarmantes. En nuestro país, 7 de cada 10 mujeres hemos vivido violencia. El año pasado se presentaron 172 muertes violentas por razones de género. Es decir, en nuestro país se observa 1 femicidio cada 44 horas. Esta violencia se profundiza para las niñas y mujeres empobrecidas, racializadas y trans cuya expectativa de vida es de alrededor de los 35 años.

Si bien, tú y yo podemos estar juntas, estas cifras expuestas han implicado que en el 2021, 161 menores de edad se encuentren en situación de orfandad.

Si miramos como se expresa esta violencia en los distintos ámbitos, el escenario es complejo. Por ejemplo, muchas instituciones educativas no son espacios seguros para niñas como tú. Desde el 2014 al 2020, la Fiscalía ha recibido 21974 denuncias de delitos sexuales cometidos en el ámbito educativo por docentes, autoridades, choferes de transporte escolar y conserjes.

Esta violencia es tolerada por un estado ausente, que pese a los mandatos internacionales que disponen su rol activo para prevenir, atender y erradicar de manera efectiva las violencias tomando en cuenta la interseccionalidad, no asume de manera decidida a este problema como un asunto estructural de la sociedad, permitiendo que nos sigan matando todos los días y que nuestros derechos no se tomen en serio.

Hoy nos enfrentamos a un gobierno neoliberal y conservador que en varias ocasiones ha demostrado su falta de comprensión sobre las problemáticas que vivimos las mujeres y que ha reproducido discursos revictimizantes para nuestras vidas. En los próximos días nos encontraremos en posible resistencia, frente a un veto presidencial que restringe aún más la posibilidad de una interrupción voluntaria del embarazo en casos de violación de manera justa y reparadora.

Asimismo, la injusticia en Ecuador tiene rostro de mujer. Si bien, existen algunos avances normativos, son insuficientes para alcanzar verdad, justicia y reparación contrahegemónica. Por ello, una de las demandas de los sectores feministas y de defensa de derechos, es construir un derecho y una justicia segura, confiable y accesible para las mujeres, las disidencias y otras identidades sexo-genéricas como forma de materializar la equidad.

Finalmente, nos preocupa la explotación de la naturaleza y el despojo de los territorios de los pueblos y comunidades que afecta con mayor incidencia a las mujeres diversas.

En suma, nuestras desigualdades son estructurales y atraviesan nuestras vidas y las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales, así como deben interpelar el papel del estado, el mercado y nuestro vínculo con la naturaleza.

Por ello, en días como estos en que la guerra nos acecha, las mujeres seguimos entretejiendo nuestros sueños con un carácter profundamente liberador, que involucre la superación de todas las formas de inequidad, la lucha contra el racismo, el etnocentrismo, el heterosexismo y el capitalismo que oprime a las mujeres y otros grupos históricamente excluidos.

Espero que el mundo aprenda de tu mirada de futuro, de la alegría de tu corazón, de tu capacidad de aceptar tus errores, de compartir, de valorar a la naturaleza, a los animales y del abrazo sincero que brindas a las personas sin discriminar su diversidad. Solo así recuperaremos la esperanza y la convicción de que podemos caber en el mismo mundo con el mismo sentido de humanidad y dignidad.

Amor mío, somos hilo de un mismo telar de sueños de liberación morados, verdes, rojos y multicolor.

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Mujer andina y feminista. Docente investigadora de varias universidades a nivel nacional e internacional. Ph.D. en Derecho y magíster en Derecho, mención derecho constitucional por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Activista por la defensa de los derechos.

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