A dos años del matrimonio igualitario, anécdotas y reflexiones

A dos años del matrimonio igualitario, anécdotas y reflexiones

Pamela Troya

Recuerdo que al ser entrevistada en varios medios de comunicación sobre la lucha del matrimonio igualitario, al iniciarla en el 2013, decía que cuando este objetivo se alcance no íbamos a ir hordas de homosexuales a casarnos, que inclusive hay personas homosexuales que no creen en el matrimonio y que no quieren casarse; que el punto aquí no era el número de parejas que harían uso de este derecho sino que, finalmente, el derecho tenía que ser para todas las parejas, y que la orientación sexual no debía ser una variable de discriminación para impedirnos casar si ese era nuestro deseo y plan de vida. Y, efectivamente, apenas 267 parejas se han casado, según datos del Registro Civil hasta la fecha, siendo hoy 12 de junio de 2021, dos años de haber logrado el Matrimonio Igualitario en Ecuador.

¿Y se acabó el Ecuador? ¿Se terminaron las familias tradicionales? ¿Homosexualizamos y transexualizamos a todas las niñas y niños del país? ¿Llegó el Apocalipsis? ¿Exterminamos la civilización? ¿Somos Sodoma y Gomorra? No, no, no, no, no y no. Lo que sí pasó es que Ecuador es un poquito más justo e igualitario que hace dos años, y que 267 parejas del mismo sexo han podido cumplir su sueño de casarse, a quienes les deseo lo mejor en el reto y el compromiso de la convivencia y de compartir la vida. Reto que en mi caso particular no resultó como lo quise a pesar de haber tenido una relación de 10 años, ocho de convivencia, con mi ex pareja.

Esto último me lleva al tema del divorcio. Fui parte de la primera pareja del mismo sexo que se divorció y, posiblemente, siga siendo la única hasta el momento, pero ¿eso afecta el hecho de que logramos el Matrimonio Igualitario? No. El divorcio es la otra cara de una misma moneda. Así como las personas tienen derecho a casarse, también tienen derecho a divorciarse.

¿Quién cuestiona los matrimonios heterosexuales o los divorcios heterosexuales? Bueno, en su tiempo el divorcio no era legal en el Ecuador (se aprobó en 1910), y también la sociedad pacata, curuchupa y machista puso sus ojos inquisidores en las mujeres culpándolas y responsabilizándolas de los divorcios. Y, ciertamente, caía un estigma social sobre la mujer divorciada que no caía sobre el hombre divorciado. Sin embargo, poco a poco nuestra sociedad ha ido evolucionando, a pasos muy lentos debo admitir, pero avanzando al fin y al cabo, y el divorcio ha ido viéndose como algo normal, como una consecuencia factible cuando el matrimonio no da para más.

Esta sociedad pacata, curuchupa y homofóbica también puso su mirada inquisidora en la primera pareja del mismo sexo que se divorció; y desde su “superioridad moral” la señaló, atacó, cuestionó, vilipendió, juzgó y dio por sentado que el acceso al matrimonio igualitario era solo un mero capricho que nunca debió ser. ¡Qué mirada tan miope y mezquina! ¿Acaso esta misma sociedad hace lo mismo cuando las parejas heterosexuales se divorcian, habiendo ahora una tendencia en el país a que menos parejas quieran casarse y más se divorcien?

Pero no quiero ser injusta, no es toda la sociedad ecuatoriana. También hay una parte, muy importante de la sociedad, que incluye en gran medida a las nuevas generaciones, que han apoyado la lucha del matrimonio igualitario y que festejaron con nosotres este triunfo histórico en beneficio de la igualdad y la no discriminación. Todo esto en beneficio de tener un Estado que respete los derechos humanos.

La lucha por el matrimonio igualitario, mi papel en ella, implicó muchas pérdidas a nivel psicológico y económico. Muy pocas personas, las que quedaron, las que supieron ser amigas y hombro, saben lo mucho que he llorado en este último tiempo. Saben lo duro que fue recibir toda la violencia política, sobre todo en Twitter, a lo largo de los seis años encabezando la campaña por el Matrimonio Igualitario en Ecuador, pero con saña inmensurable cuando me divorcié. Saben lo que significó para mí divorciarme y atravesar un desempleo direccionado con dedicatoria. Muchas pérdidas emocionales y ahogos económicos se me juntaron en un tiempo muy corto que se prolongó por casi dos años, y la pandemia solo llegó para ser la cruda y amarga cereza del pastel. Pensé, inclusive, en quitarme la vida. ¿Qué sentido tenía ya vivir si todo lo que creí tener y el proyecto de vida por el que trabajé por muchos años se terminó en un chasquido de dedos y si, encima, nadie quería darme un trabajo? Nadie.

Ahí también entendí que la sororidad de la que tanto hablan y que la red de apoyo de activistas y defensores/as de derechos no existe o es selectiva y discrecional. A más de palabras de aliento esporádicas y vacías, nadie movió un dedo. Y quienes lo intentaron, terminaban diciéndome que alguien de más alto rango les dijo que no me contraten. Hubo quienes inclusive jugaron con mi desesperación y me hicieron trabajar gratis con ofrecimientos laborales que nunca se concretaron. Y así hay “activistas LGBTI” que minimizan mi papel en la consecución del matrimonio igualitario. Fácil es ocultarse tras un litigio estratégico cuando quien recibió todo el lodo con ventilador al ser la cara visible de la lucha fui yo. Y aquí hago un paréntesis para agradecer a quien me dio la oportunidad de un trabajo temporal que resultó un oasis, y a quien me dio la oportunidad ahora de tener un trabajo con todos los beneficios de ley. Para estas dos mujeres, mi infinito afecto y gratitud. Dos mujeres que no tenían relación directa ni conmigo ni con mi activismo. Y también debo decir en honor a la verdad que, en los momentos más oscuros de mi transitar por mi propio infierno, la tenue luz que me hacía no perderme del camino hacia la salida fueron mi hermana menor y mi sobrino, a quienes la vida puso bajo mi responsabilidad y que me recuerdan que vivir tiene un sentido.

Y sí, este texto terminó siendo personal, pero ¿no dicen que “lo personal es político” ?, pues así es y creo que es importante que empecemos a hablar con fuerza del costo personal que implica jugarse la vida y poner el cuerpo para luchar por lo que se considera y es justo. Hacer activismo, defender derechos no es una tarea fácil. Mucho se pierde. Al menos para quienes nos lo tomamos en serio. No tanto así para quienes han visto en esto una oportunidad de hacer fundaciones, marketinearse su imagen y lograr interesantes montos de dinero de cooperación internacional que no llevan a nada concreto, a ningún beneficio específico para las personas LGBTI, y ningún avance de nuestros derechos. De todo hay en la viña del activismo. Y esta crítica mía no es de ahora, sino de hace muchos años cuando descubrí y entendí la dinámica de algunas ONGs LGBTI.

Creo que es importante hacer una profunda limpieza casa adentro y empezar a exigir cuentas claras a las fundaciones y ONGs que lucran con el discurso de la defensa de nuestros derechos, pero poco o nada han hecho para lograr cambios reales y efectivos en beneficio de la población LGBTI.

Y esto también cruza por el machismo. Muy tarde entendí lo que una compañera activista,  Elizabeth Vásquez, decía en su momento: “el corporativismo gay”.

¿Lo volvería a hacer? ¿Volvería a luchar por el Matrimonio Igualitario? Sí, quizá corrigiendo algunos senderos, confiando menos en algunas personas, entendiendo que no todo el que dice llamarse activista entiende y cree realmente en la causa. Sabiendo que hay intereses políticos y económicos no sinceros y ocultos que mueven a ciertas personas que “hacen activismo”, que hay envidias, lucha de egos y machismo también en el activismo. Pero logramos el matrimonio igualitario y desmatrimonio no hay.

Mi reconocimiento a todas las personas que han sido parte directa e indirecta de esta lucha. A los jueces constitucionales Ramiro Ávila Santamaría y Alí Lozada Prado que hicieron las sentencias que dieron paso a este derecho en el Ecuador. A las juezas Daniela Salazar y Karla Andrade y al juez Agustín Grijalva, sin cuyos votos no habríamos hecho realidad este sueño y esta lucha plasmada el 12 de junio de 2019.

Yo por mi parte celebraré a lo grande estos dos años de contar con Matrimonio Igualitario en el Ecuador. Y espero que todas las personas que crean y defienden los derechos humanos lo celebren conmigo. A la distancia, claro. Estamos en pandemia.

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Feminista, activista LGBTI-DDHH, promotora y vocera principal de la campaña por el Matrimonio Civil Igualitario en Ecuador

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