Nuestros Proyectos de Vida

Nuestros Proyectos de Vida

Daniela Mora

La primera vez que escuché la palabra aborto tenía 14 años. Pilar (nombre protegido) no volvió al colegio, le habían practicado un aborto durante las vacaciones. Esa misma semana también supe que la profesora que el año anterior nos había hablado de sexualidad, había sido despedida por ir en contra de las normas del colegio.

Crecí como crecen muchas niñas en el Ecuador, sin información o con información a medias, con miedo y vergüenza de mi sexualidad y mi cuerpo. Han pasado más de 20 años y para las niñas y adolescentes del país, muy poco ha cambiado.

El 28 de abril de 2021, cuando la Corte Constitucional del Ecuador resolvió declarar la inconstitucionalidad por el fondo, del artículo 150 numeral 2 del Código Orgánico Integral Penal en la frase “en una mujer que padezca de discapacidad mental”, me encontraba a las afueras del edificio, en compañía de activistas, sobrevivientes, mujeres valientes. ¡Ganamos!, gritaron. Se dio el primer paso, pero las cosas para nosotras jamás han sido fáciles.

Tan solo durante el 2020, 1.631 niñas de entre 10 y 14 años y 43.260 niñas entre los 15 y 19 años, dieron a luz en nuestro país.

La sentencia recoge más datos: 3 de cada 4 mujeres atravesaron al menos un aborto inseguro durante su vida; el 15.6% de muertes maternas corresponden a abortos clandestinos; 1 de cada 4 mujeres hemos sufrido violencia sexual durante nuestra vida; diariamente hay 42 denuncias por violencia sexual; el 65% de los casos son cometidos por familiares y personas cercanas a la víctima, de los familiares que abusaron, casi el 40% lo hizo varias veces a la misma víctima, y el 14% lo hizo de manera sistemática. Hay un promedio de 10 violaciones por día; según la Fiscalía General del Estado, las niñas y adolescentes menores de 14 años son las principales víctimas de abuso sexual. De acuerdo a los datos presentados por ONU Mujeres en 2020, el 49.3% de los nacimientos en Ecuador corresponden a madres adolescentes. Según el Ministerio de Salud Pública, nuestro país es el tercero a nivel de la región con la tasa más alta de embarazo en adolescentes. Lo peor es que esto es solo una parte del problema.

Detrás de cada historia de un embazo adolescente o de una niña forzada a parir, hay una realidad lacerante y monstruosa que no se limita a su espacio personal. El abandono, indefensión, exclusión, discriminación, necesidades económicas, desigualdad, falta de oportunidades, machismo y misoginia, hacen parte del marco donde nos vemos obligadas a sobrevivir. A veces los números nos hacen perder la sensibilidad y olvidar que esas cifras son niñas, mujeres, personas de la diversidad sexo genérica que se ven enfrentadas a realidades que superan la imaginación.

Crecer en este país es violento. La violencia es estructural y produce daño a las necesidades humanas básicas como la supervivencia, la libertad, el bienestar, la identidad y mantiene a la sociedad dividida entre los grupos privilegiados y los vulnerados en razón de la clase, raza o del género.

Fuente: Primicias.

“Es una asesina” dijeron de Pilar durante la primera semana de clases. Nadie consideró que tenía apenas 13 años y el hombre 21, que ella no quería tener relaciones, que él la forzó, que cuando se enteró del embarazo él despareció, que estuvo a punto de morir a consecuencia de un aborto clandestino, que no pudo volver al colegio.

En este país, ser mujer se considera un factor de riesgo, no es casual que las cifras sobre violencia de género arrojen que 7 de cada 10 mujeres hemos sufrido al menos una vez a lo largo de nuestra vida, en cualquiera de sus manifestaciones. El machismo está naturalizado, no estamos exagerando.

A los 13 años, Pilar era una “libertina” y para el resto de nosotras, lo sucedido debía ser una lección. La violencia ejercida sobre nuestros cuerpos era nuestra culpa y nuestra responsabilidad. Un embarazo no deseado, producto de una violación: la cruz que debíamos cargar en consecuencia.

La maternidad forzada nos deshumaniza, no es la forma en la que se debe garantizar la vida, ni de salvarla. Desde la perspectiva de la salud pública, se debe optar por el medio que menos daño produzca. El aborto por violación en condiciones dignas es uno de es uno de esos medios. No se protege la vida empujando a las mujeres, niñas y personas en posibilidad de gestar a la clandestinidad, sino a través del diseño de políticas públicas apropiadas, eficaces e integrales para prevenir violencias, garantizar el acceso a la información en materia de planificación familiar, la educación sexual integral basada en derechos y evidencia científica (no en miedos y culpas). A través del acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, la aplicación de planes y estrategias de acción nacional, la promulgación de leyes que prohíban violencia de género, adopción de medidas para prevenir abortos en condiciones de riesgo, la prestación de asistencia y ayuda psicológica después de acceder al aborto, acceso a medicamentos, equipos y tecnologías para la salud sexual y reproductiva, mecanismos de tutela efectiva de derechos. Es decir, la despenalización del aborto, junto con una reglamentación adecuada y la prestación de servicios seguros y accesibles, es el método más efectivo para proteger íntegramente el derecho a la salud y a la vida. La criminalización solo multiplica el dolor.

Pilar acudió a un lugar donde casi pierde la vida: un cuarto frío escondido detrás de un consultorio donde ni siquiera le tomaron los signos vitales, todo fue al ojo. En un momento vio a otras niñas como ella, a la espera, sin certezas, con terror. Cuando volvió a su casa tenía terribles dolores en el vientre y sangrado profuso. Tuvo que ser llevada a un hospital donde permaneció varios días internada.

La prohibición del aborto no ha surtido efecto en la prevención de embarazos no deseados. Las mujeres que quieren abortar, lo hacen y muchas, especialmente aquellas empobrecidas, mueren en el intento, mientras aquellas que se ven forzadas a parir hijos producto de violaciones, tienen terribles secuelas a nivel físico y psicológico, ya que, de hecho, la maternidad forzada es considerada tortura y profundiza ciclos de violencia y exclusión.

Han pasado 21 años desde la última vez que vi a Pilar. Llegó un día durante el recreo con su ropa de calle, su cabello alborotado peinado en dos coletas a los costados de su cabeza y nos contó la historia. La escuché y le creí. Las historias de violencia, presión, desinformación, miedo, angustia no son ajenas para ninguna mujer, aunque a muchas no nos gusta hablar de ellas o nos negamos a reconocerlas pues es el único mundo que hemos conocido, pero Pilar y yo habíamos transitado el mismo camino, compartido aulas de clase, escuchado los mismos discursos de culpa. A nosotras se nos negó la información cuando despidieron a la única persona que tuvo la iniciativa de hablarnos de frente sobre sexualidad y consentimiento al inicio de la pubertad. Las dos fuimos niñas arrojadas a un mundo violento, sin información y herramientas. La única diferencia es que yo conocí la violencia sobre mi cuerpo, un poco después que Pilar.

Duele crecer en una sociedad que no te protege, que te violenta, que te trata como un receptáculo de semen, que te deshumaniza, que te quiere “enderezar” o “corregir” violándote, que te niega la información, vulnera tus derechos, te criminaliza, juzga, revictimiza, no confía en ti, te niega oportunidades, te discrimina, te prefiere muerta que libre.

Afirmar que vamos a fingir violación para abortar libremente es desconocer, una vez más, la realidad y también un rasgo de evidente misoginia. Afortunados quienes no saben y jamás sabrán lo que significa ser víctima de un delito tan atroz. Me tiemblan las manos, me duele el cuerpo, siento que me desmayo tan solo al evocar el nivel de violencia inhumana y cruel, necesito unos segundos.

… Temblaba, pensé que me iba a morir. Me dijeron que, si había abierto las piernas para hacerlo, ahora debía aguantar… No sé qué voy a hacer, quiero volver al colegio. Recuerdo a Pilar.

Hoy, la Asamblea tiene la tarea histórica de regular el derecho al aborto en casos de violación, sin establecer mecanismos inhibitorios para su ejercicio y tener claro que cualquier obstáculo sería un incumplimiento de la sentencia y una vulneración de derechos, eso dice la sentencia de la Corte Constitucional.

No, ninguna de nosotras quiere abortar. No es una decisión a la que se llega por el camino fácil. Ninguna de nosotras debería ser violada ni sufrir la estigmatización, rechazo social, culpa, negación de derechos, presión social. Hemos luchado siglos contra las relaciones de poder y dominación sobre nuestros cuerpos. La violación y la maternidad forzada son fruta podrida del mismo árbol y no siempre salimos vivas.

Escuchen las voces de las mujeres, las niñas, las personas en posibilidad de gestar, las sobrevivientes de violencia sexual. Tenemos derecho a nuestros proyectos de vida, a la libertad. No deberíamos arrancharle nuestros derechos al sistema patriarcal. Esta es una deuda histórica con nosotras, con la justicia, con las que ya no están con Pilar.

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Activista Feminista

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