Fragmento del libro I de la luz partícula

Fragmento del libro I de la luz partícula

Marco Tobar

En el perfume del asfalto sideral, la mitosis del Big-Bang, lindo nombre para un cigoto fecundado por el caos, si este fuera el caso, sería el único embarazo sin madre, huevo y gallina, la mitosis de la nada, su padre el gallo también huevo, hijo y pollito, canta de hambre y frio mientras toma café descafeinado en el filo de la galaxia.

¿Ese es tu Dios? el diminuto adjetivo al que llega el universo al pasar por un segundo de humanidad.

Sin ánimo de dividirme de lo humano ya que me ha tocado tener dos ojos y un sexo diré que, en mí, el universo es un caballito de mar ateo y boca arriba, en el infinito lleno de puntos, cubierto de una súper masiva nada en el horizonte de sucesos, un tiempo que murió en su nacimiento, muere, ¿de qué muere? ¿cuándo muere? ¿cómo muere?

¿El amanecer es el nacimiento del día o la muerte de la más amada noche? Es el viejo que se mira pariéndose, estirado y dulce, melcocha caliente, serpiente tentando el conocimiento, no queda de otra le digo gritando, el universo no puede ser infinito, suelto apostando hasta mis ojos de cóndor, mirando el cadáver del mundo, en esos lugares donde no puede haber tiempo, podría abrir una tienda de recuerditos, relojes paralíticos, labial para mudos, teléfonos con APPS de sonrisas de bebé, polvo y más polvo, tú yo y  todos son mercancía extrañando  la percha donde fueron libres y su luz sintética disparada desde los ojos del diosito al que no recuerdan y que ya ni importa.

En estos tiempos de tecnología, tiempos del norte en un punto donde está el pasado rebotando y rebotando del presente al futuro y del futuro al sur, queda demostrado que la jaula ya no debe pesar más que el condenado, pesa más el tiempo en fabricar su prisión, en sentirse cómodo en su condena.

La escasez de suspiros levanta el polvo, el lodo que no ha podido llorar duerme bajo 30 toneladas grises de concreto, cada 10 metros cuadrados un árbol militar sobrevive, por ejemplo:

Un álamo a principios del invierno, sus mariposas verdes le cuentan al viento  si el año fue bondadoso, el viento le reclama  golpeando y  arrancándole unas semillas, el piso de asfalto les quita la  esperanza, el aguanta en sí mismo, dejando una lágrima de ámbar entre sus arrugas de anciano, mirando ya estéril a su novia maquillada por una vereda pintada de amarillo, ciego aún con cosquillas, partes seco y pelado es también un niño travieso, alzando el pavimento, sembrando gusanos, jugando con pajaritos recién nacidos en el cabello, firme y derecho espera en su cerca como el que nació de la placenta de un cerezo en la ciudad de Chernóbil, mientras paría un capulí en Ambato, la graciosa teoría del caos los hace retoñar entre los autos, la radiación o los oficinistas, el agua, el aire, la vegetación, todos ellos convertidos en letreros para mejorar el tránsito. Toda la ciudad es un enorme letrero de prohibiciones:

Se garantiza a todo ser vivo nacer crecer, reproducirse y morir, solamente use los espacios destinados para ello.

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