Bernarda Robles y el clavo oxidado

Bernarda Robles y el clavo oxidado

Primero

Un día que andaba con los pies descalzos, Bernarda Robles pisó un clavo oxidado.

Ese clavo traspasó su pie y lo destrozó.

Como consecuencia, Bernarda tiene dificultades para caminar, perseguir sus metas, ser libre y soñar.

El clavo oxidado convirtió a Bernarda en esclava del dolor y del miedo y la dejó anclada en el preciso momento en que lo pisó.

Ese clavo la estanca y paraliza. Es un eslabón, una cadena, una prisión.

Han pasado diez años y Bernarda no ha podido extraer el clavo. A medida que transcurre el tiempo, su presencia se vuelve más peligrosa y acarrea consecuencias negativas. Tratar de extraer el clavo es un proceso doloroso en el que el pie de Bernarda derrama sangre y pus.

En una ocasión, el clavo se percató de que a Bernarda la acompañan sus familiares y varios especialistas en extraer clavos. En represalia, el clavo intensificó sus ataques hacia Bernarda y quienes permanecían a su lado.

A pesar de contar con este apoyo, cada que Bernarda removía el clavo para extraerlo de su cuerpo, sentía un dolor tan insoportable que la obligaba a abandonar la tarea.

Sin embargo, los deseos de Bernarda por sanar y caminar libre eran más fuertes que el dolor y decidió no darse por vencida.

A veces el tiempo corría en contra del reloj y extraer el clavo se convertía en una urgencia. Ello implicaba manipular de forma violenta. Entonces la herida dolía y sangraba más.

Pese a todos los intentos por extraer el clavo, sigue en el pie de Bernarda y detiene su pasos, sus sueños y sus anhelos.

Segundo

Foto: El telégrafo

Bernarda era una joven de diecinueve años con un cabello azabache que le llegaba a la cintura. Dueña de una risa contagiosa, Bernarda soñaba con ser cuentacuentos, viajar por el mundo y hacer una maestría en antropología.

Un día, Bernarda llegó a la casa de Fernando M. y fue como pisar un clavo oxidado: durante ocho meses, él manoseó su cuerpo, la besó a la fuerza y le hizo insinuaciones obscenas y vulgares.

-Si les cuentas a tus padres, les diré que tú me provocaste.

Con esta amenaza, Fernando M. amedrentaba a Bernarda hasta que un día la violó.

A partir de esa experiencia, Bernarda perdió la sonrisa. Cortó su cabello a la altura de las orejas y lo enterró. Era una especie de exorcismo, un afán desesperado por liberarse de los malos recuerdos.

Bernarda abandonó sus sueños de convertirse en cuentacuentos, de viajar por el mundo o de estudiar una maestría. En su lugar se instalaron el insomnio crónico, la depresión y los desórdenes alimenticios. Bernarda ya no era una joven libre sino que se despertaba por las noches llorando por las pesadillas en las que su agresor venía a violarla.

Después de dos años de ser denunciado por Bernarda, la justicia realizó la audiencia de formulación de cargos en contra de Fernando M., un hombre de la tercera edad que recibió prisión domiciliaria. Sin embargo, en los últimos días apeló esta medida. Bernarda está aterrada y teme por su seguridad:

-Él es un hombre vil y peligroso. Tengo miedo que venga a hacerme daño. Pido a los operadores de justicia que mantengan medidas contra de mi agresor. Solo así tendré algo de paz.

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Coach profesional especializada en acompañamiento a mujeres, Certificación en Igualdad de Género a Nivel Local por ONU Mujeres.

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