El poder de mi turbante

El poder de mi turbante

Ocupar todos los espacios desde la negritud, la memoria y el reconocimiento.

“El poder de mi turbante” es una obra que se ha venido construyendo desde hace varios años y en múltiples escenarios, que lastimosamente también se ha quedado paralizada por crisis tanto personales como globales. Hoy me permitió ubicarme en sitio para escribir este artículo que de entrada quisiera dejar sobre la mesa que será un andar de mi existencia como mujer negra en una sociedad racista como la nuestra.  

El turbante para mí representa la reafirmación política de mi estética como mujer negra, de mi historia como mujer negra y de lo que represento para mi memoria como mujer de diáspora en constante resistencia personal y colectiva.  La negritud es sin lugar a duda el espacio de construcción colectiva y empoderamiento político más nutrido de una estrategia resiliente. ¡Ojo! Digo esto sin romantizar la pobreza ni las desigualdades de las que somos víctimas.

El pasado 25 de julio las mujeres negras, afrolatinas, afrocaribeñas y de la diáspora, celebramos nuestro día en medio de una agenda política nacional e internacional que continúa exigiendo dignificar la vida de las mujeres negras/afros. Pero como todo lo negro suele pasar sin que el Estado se inmute, esta fecha fue celebrada y conmemorada solo al interior de nuestras comunidades. Vale la pena recalcar que a nuestro presidente se le olvidó conmemorar esta fecha a nivel nacional, a pesar de que en su gabinete hay una mujer negra. Justamente, más adelante me detendré en la importancia de la representación y de lo que significa ocupar los espacios simbólicos desde una negritud o afrodescendencia negada, en el contexto de un Estado que se reconoce a sí mismo como intercultural.

Ahora bien, en medio de este ambiente, llegaron dos medallas olímpicas con turbantes, con negritud, con historias de resistencia; llegaron a pesar del abandono del Estado que, con su relato del “empeñadurismo” y la “superación”, trató de romantizar esta victoria, intentando ocultar las desigualdades a las que han tenido que enfrentarse las campeonas olímpicas, algunas expresadas por ellas recientemente y otras que se hicieron evidentes mucho antes de las medalla, como ya lo habíamos visto con la descompensación por mala alimentación de Neisi en Canadá.

Las alegrías que nos han dado las deportistas ecuatorianas en los juegos olímpicos nos tienen con el pecho florecido, con un gran orgullo de lo que significa su “reconocimiento”, en un país que constantemente nos recuerda cuál o cuáles son nuestros no-lugares en el espacio público o privado.

Mi existencia de ser negra en una sociedad como la ecuatoriana.

Yo no levanté las pesas de Neisi ni de Tamara; no corrí lo que corrieron nuestras atletas, pero sí sentí y viví de varias maneras las mismas violencias que no le dieron oportunidades a mi madre, a mis abuelas y aquellas mujeres que en medio de esos contextos complejos decidieron hacer camino y ocupar espacios para que nosotras estemos ahora ocupando otros lugares, sobre todo los negados históricamente.

Mi existencia como mujer negra en una sociedad como la ecuatoriana todos los días me recuerda que somos cuerpos inseguros, desmerecidos, hipersexualizados, prejuiciados y olvidados.  Pero de mi madre aprendí a caminar con la cabeza en alto, a sostener mi voz y a revitalizar mi presencia cuando ocupo un espacio de enunciación política. Mi tarea no es educar a una sociedad que no está interesada en aprender; mi objetivo es más bien dejar claro que ennegrecerlo todo es una forma de potencializar la visibilidad de mi existencia y de mi cultura.

La negritud es un término político acuñado por Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y Léon-Gontran Damas. Empezó como un movimiento literario que buscaba exaltar la identidad africana, pero, con el paso del tiempo, terminó ampliando sus significados. En su Discurso sobre la negritud, Césaire (1987), según lo menciona Valdés García, (2017), explica el término de la siguiente manera:

« la negritud puede definirse en primer lugar como toma de conciencia de la diferencia, como memoria, como fidelidad y como solidaridad. Pero la negritud no es únicamente pasiva. No pertenece al orden de padecer y sufrir. No es ni un patetismo ni un dolorismo. La negritud resulta de una actitud activa y ofensiva del espíritu. Es sobresalto, y sobresalto de dignidad. Es rechazo, quiero decir rechazo de la opresión. Es combate, es decir, combate contra la desigualdad».[1]

Sin embargo, de la potencia de esta referencia, continuamos ocupando la marginalidad de la sociedad porque nuestros asentamientos están rodeados de colonización, explotación, desigualdad y racismo. Mientras escribo, me doy cuenta de que disfruto señalar y señalarme como mujer negra en constante construcción. Por ello celebro los logros de Neisi y Tamara, porque serán recogidos para siempre en la memoria colectiva. Esa conciencia se dibuja en los turbantes.

Sin embargo, resulta perturbador leer en los medios una representación que ignora este hecho y que pone en evidencia la falta de conocimiento sobre la existencia del pueblo afro/negro, sobre sus tradiciones, su sabiduría, su diáspora etc. Es ahí cuando vemos el despojo cultural y el fetichismo racista que se empeña en hablar de “pañuelos”, “moños”, “lazos”, ocultando su nombre verdadero: turbante.

Ecuador tiene aproximadamente 17 millones de habitantes, de las cuales el 7,2% se autoidentifican como afroecuatorianos/as. La invisibilización de este pueblo se evidencia en los inexistentes planes de desarrollo y en la deficitaria política pública con pertinencia cultural.  El Estado ecuatoriano se mantiene ausente y en silencio mientras:[2]

  • 8 de cada 100 afroecuatorianos mayores de 15 años son analfabetos.
  • 38 de cada 100 jóvenes afroecuatorianos no acceden al sistema de educación superior.[3]
  • 69,8% de la población afroecuatoriana tiene necesidades básicas insatisfechas (viven en la pobreza y extrema pobreza).
  • 1 de cada 4 personas en Ecuador tiene ingresos inferiores a 84,82 dólares mensuales, de ellos el 42% corresponden a hogares afrodescendientes.
  • 61 de cada 100 personas afroecuatorianas en edad de trabajar no accede al empleo.
  • 65 de cada 100 mujeres han vivido algún tipo de agresión a lo largo de su vida, estas cifras aumentan a 72 de cada 100 mujeres cuando se trata de la población afroecuatoriana.

Del total de la población afroecuatoriana, el 75% se concentra en la Costa, siendo Guayas la provincia donde reside el 33%. Le sigue Esmeraldas, con 22%. En la Sierra vive el 22% del total de afrodescendientes del país, de los cuales la mitad vive en Quito (11%). La población afrodescendiente más numerosa del Ecuador está en Guayaquil, centro de la pandemia del Covid-19 en Ecuador.[4] Esta población se concentra principalmente en la Isla Trinitaria y los Guasmos, ambos pertenecientes a la parroquia Ximena, la segunda más golpeada de la ciudad. De hecho, las seis parroquias de más alto porcentaje de población negra en Guayaquil, son también las de mayor número de contagios.

Parroquias urbanas de Guayaquil más afectadas y porcentaje de población afrodescendiente

Parroquia urbana

Número de contagios a 22 de mayo de 2020 (Boletín del Ministerio de Salud)

Porcentaje de población afrodescendiente (Censo Nacional 2010)

Tarqui

4644

8,8%

Ximena

1781

15,27%

Febres Cordero

1449

11%

Letamendi

312

12,32%

Pascuales

273

13,09%

García Moreno

196

8,49%

Carbo (Concepción)

96

4,5%

Urdaneta

73

7,26%

Rocafuerte

60

3,91%

Ayacucho

54

3,94%

Roca

52

5,59%

Sucre

52

4,66%

Bolívar (Sagrario)

38

4,7%

9 de Octubre

29

4,87%

Olmedo (San Alejo)

21

3,6%

Elaboración: Re-existencia Cimarruna, con base en datos del Censo Nacional 2010 y los Boletines provinciales del Ministerio de Salud de mayo de 2020.

En promedio, en estas seis parroquias de mayor contagio, el porcentaje de hogares pobres por necesidades básicas insatisfechas (NBI) es de 40,52%. En promedio, igualmente, el 71,86% de la población económicamente activa (PEA) no aporta al seguro social, lo que da cuenta de una tasa alta de desempleo o subempleo. La Isla Trinitaria, en particular, es resultado de segregaciones sociales y raciales antiguas e incluso de desplazamientos poblacionales forzados ocurridos en varios lugares de Esmeraldas. Formada a finales de la década de los ochenta por familias esmeraldeñas sin tierras, el porcentaje de población negra allí es más alto, como lo es también el de familias pobres. Allí la correlación entre poblaciones racializadas y pobreza es clarísima. El 27% de quienes viven en Isla Trinitaria son afrodescendientes.

Dentro de la afectada parroquia Ximena, por lo pronto, tenemos solo los testimonios de lxs pobladorxs, recogidos por medios de comunicación no corporativos o comunitarios, así como de las conversaciones con líderes sociales, lo que nos permite conocer que las personas muertas por Covid en el sector son muy numerosas, según cuentan:

En una cooperativa [de la Isla Trinitaria] hubo en un solo día seis muertos. Por donde yo vivo hubo cinco muertos, que no se sabía de qué morían; les daba asfixia y, a los que los vio un médico, les dijo que era del corazón. Entonces, hubo bastantes muertos en las semanas pasadas. En estos días, en mi sector se ha calmado un poco. Mermó un poco. Pero ayer llamé a una compañera en otro sector, Cristo del Consuelo, y me dijo que ella estaba muy mal, que había muertos por todos lados. Va golpeando por sector: disminuye en uno y se expande en otro. Eso es muy duro; yo, a simple vista, entre familiares y conocidos de compañeras sé de unos 50 muertos. Es numerosa la cantidad.[5]

Todo lo expuesto hace evidente una vez más, pero quizá de forma irrebatible, que durante la pandemia del Covid-19, el acceso desigual a derechos como territorio, ambiente sano, vivienda digna, empleo y educación, hace más vulnerables de contagio y muerte a poblaciones pobres y racializadas. Es lo que la Organización Mundial de la Salud ha llamado los determinantes sociales de la salud, que afectan desproporcionalmente a las poblaciones racializadas y empobrecidas por causa de la negligencia y silencio del Estado.

Aunque en Guayaquil esté claro que el abandono de lxs más vulnerables por parte del Estado ha llevado a una catástrofe humanitaria durante la pandemia, la falta de segregación de datos étnico-raciales por parte del Estado ecuatoriano hace imposible visibilizar las consecuencias del racismo estructural en el país. Hace imposible incluso visibilizar el mismo racismo estructural. En otras palabras, los datos que ignoran los componentes raciales sostienen el mito del mestizaje, ahora en el ámbito de la salud.

Fuera de los contextos urbanos y del centro de la pandemia, la continuación y priorización de actividades extractivas durante la crisis por el Covid-19 en el territorio de poblaciones racializadas, por sobre su vida, salud, integridad física, consentimiento y autodeterminación, puede, igualmente, causar su mismo exterminio.

La pobreza en el pueblo afroecuatoriano está marcada por situaciones de discriminación racial, exclusión social, política y cultural y por niveles de desigualdad socioeconómica. El Estado incurre en un proceso cíclico de abandono y criminalización de las comunidades negras.

Las personas de ascendencia africana a menudo somos estigmatizadas como peligrosas, delincuentes, sospechosas o criminales por los medios de comunicación, el público en general y los agentes de la ley.

Al mismo tiempo, vivimos una doble discriminación racial: por el color de piel y por el estrato social. Las zonas urbanas en donde se registran asentamientos del pueblo negro son identificadas como zonas rojas. Los operativos policiales para garantizar el orden público son poco frecuentes ahí. Muchas veces, la autoridad comenta que, incluso para la fuerza del orden, es complejo recorrer estos barrios porque los delincuentes negros vinculados con el microtráfico de sustancias prohibidas tienen mejor armamento que la dotación policial.

La violencia ejercida contra los cuerpos negros ha ocurrido durante siglos. La atrocidad que marcó este fenómeno fue la trata esclavista trasatlántica y el comercio de personas esclavizadas. La naturalización del racismo en Ecuador y la exclusión con la que se convive inicia desde las estructuras del Estado, calando fielmente en las interacciones sociales.

Las denuncias relacionadas con violencia de género, por ejemplo, son ignoradas por parte de las autoridades. Cuando una mujer afro intenta presentar una queja en las instituciones públicas, se la cuestiona o se pone en duda su versión de los hechos. “Toda negra es caliente”, o expresiones similares de hipersexualización no están fuera de la institucionalidad. “Ella se lo buscó por usar ropa ajustada” o “por andar de vaga en la calle” son algunas de las respuestas de ciertos sectores del sistema judicial ante los crímenes contra las mujeres afro.

Igualmente, desde varios medios de comunicación y entre gestores de opinión pública es común escuchar expresiones racistas como “la mano negra de la corrupción”. Además, con frecuencia se aplica la sátira para favorecer la micro agresión racial, burlándose con insultos y mensajes denigrantes de las personas afro, epítetos como “este negro bruto”, minimizando el impacto que esos mensajes generan.

Los derechos colectivos de la Constitución del 2008 reflejan un avance significativo en el reconocimiento de la diferencia a nivel jurídico. En la praxis, sin embargo, las relaciones de poder basadas en una supuesta superioridad/inferioridad racial sigue vigente.

El Estado ha promovido diversas políticas públicas a favor de la ciudadanía ecuatoriana en su conjunto, pero sus planes, proyectos y políticas no han sido focalizados a la población afro. Tampoco se ha logrado cambiar la estructura racista del país; los esfuerzos siguen siendo insuficientes para subsanar el daño histórico-estructural al que se enfrenta la población afroecuatoriana en todo momento.

En el marco de las políticas públicas enfocadas en la educación, no existe un plan de etnoeducación que rescate los aportes del pueblo negro a la literatura, la ciencia o las artes visuales, por ejemplo. Tampoco existe un plan enfocado hacia incrementar los índices de escolarización en zonas urbanas y rurales con amplia concentración de afrodescendientes.

Aun así, muchas personas consideran que un integrante de la comunidad de ascendencia africana tiene negado un espacio en la academia, en los colegios profesionales, en las cámaras de comercio. Ellos y Ellas solo pueden realizar actividades económicas con muy baja remuneración siguiendo el modelo colonial-nacional, como vendedores de agua de coco, guardias de seguridad, camilleros, trabajadoras remuneradas del hogar, futbolistas, choferes. “¿Dónde se ha visto una negra con estudios académicos de tercero y cuarto nivel?”, suele escucharse en los pasillos de varios centros de educación superior.

Desnaturalizar el racismo y construir una agenda de política económica que tome en cuenta las realidades de las mujeres negras/afrodescendientes, parte también del ejercicio práctico. No queremos ser más el discurso de una otredad que aún se resiste a que ocupemos todos los espacios.

Si bien la precaria vida de la población negra/afro persiste y tira cifras alarmantes, contamos con un Plan Plurinacional para Eliminar la Discriminación Racial y la Exclusión Étnica y Cultural, en aras de proteger a las múltiples nacionalidades del país. Y una importante estrategia para eliminar la discriminación es el conocimiento de la importancia que ha tenido la población negra/afro para la existencia misma del Ecuador. Pero el fracaso en la representación justamente se encuentra en la materialización de la política pública, puesto que al no cambiar las relaciones no cambian los fetiches del pueblo afro: el no contar con estrategias que cuenten con un presupuesto representativo; la falta de funcionarios afros en el sector público y en espacios de toma de decisiones; el olvido de los afroecuatorianos en la historia del país; y, principalmente, en ciertas áreas en donde se han concentrado en mayor magnitud, como Quito y Guayaquil.

Las desigualdades que se reflejan en diversas dimensiones de la sociedad, como la violencia racial y de género, se han consolidado en la población negra en el proceso histórico del país, siendo estudiados más a profundidad por el movimiento feminista negro.

Mujeres negras organizadas para exigir igualdad de derechos y oportunidades. Siendo negras y mujeres, buscaban empoderarse para no aceptar de manera normal la subordinación y el racismo estructural que se consolidaron en las dimensiones culturales, económicas y políticas del país, y buscaron reivindicar cada vez más su lugar de expresión y representación propia dentro de este escenario.

Mujeres negras y representatividad en un Ecuador del desencuentro.

Mi lugar desde donde ejerzo la enunciación ocupa un papel fundamental en la medida en la que representa el lugar social del individuo, de dónde procede y cuáles son sus experiencias, definiendo si su situación es de privilegio o de opresión. Según Djamila Ribeiro:

El lugar social no determina una conciencia discursiva sobre este lugar. Sin embargo, el lugar que ocupamos socialmente nos hace tener diferentes experiencias y otras perspectivas. La teoría desde el punto de vista feminista y el lugar del habla nos hace refutar una visión universal de la mujer y la oscuridad, y otras identidades (RIBEIRO, 2017, p.71).

Es necesario pluralizar todas las voces, a través de la ocupación de estos lugares por mujeres negras que experimentaron situaciones de opresión y subalternización. Por lo tanto, la representatividad está tomando el lugar del discurso en los espacios de poder.

Cuantas más personas, con sus especificidades ocupen espacios de poder, más plurales serán las narrativas y más justas serán las decisiones. Así se podrán cambiar las relaciones interculturales. Es esencial cuestionar la formación de esta sociedad marcada por la jerárquica racial y de género y cuya visión universal aporta a su estructura.

Desde esa expresión, la representación se transforma en una herramienta urgente para combatir el racismo interiorizado en una sociedad como la nuestra, dando puntos de orden y complexión a la ventana de apostar por una sociedad donde no volvamos a preguntarnos ¿si nos cansamos después del medio día?, ¿si tenemos la cura de los riñones?, o afirmaciones como ¡que somos inteligentes para ser negras!, ¡que somos bonitas para ser negras!

Pero estas preguntas y afirmaciones lastimosamente persisten. Se animaliza a las mujeres negras como lo hicieron el día en que llegaron nuestras pesistas, una muestra de una sociedad profundamente racista que se encuentra flotando entre la estupidez ciudadana y el desconocimiento. Ignorando su cansancio después de un viaje tan largo y de tremenda hazaña, los blanco-mestizos pretendían hacerlas cargar pesas, como si fueran exhibición de circo, deshumanizándolas. De hecho, este es un punto super importante, porque eso sucedió cuando encerraban a negros/afros en los circos de principios del XX.

¿Cómo viven nuestras comunidades negras? ¿Cómo se sostienen sus economías? Sobre las políticas económicas relacionadas al deporte, ¿cómo está el proceso de profesionalización de las y los deportistas? ¿Se tomarán acciones sobre las denuncias de violencia y discriminación vividas en sus federaciones? ¿Qué futuro tienen las comunidades negras/afros para el actual gobierno?

Quiero dar gracias a nuestras deportistas, pero la idea de reconocer sus esfuerzos no es haciéndolas cargar más peso sobre sus hombros, sino exigiendo dignificar la vida y el desarrollo de las comunidades negras/afros. Esto se hace desde la práctica y no desde los vacíos discursos académicos y políticos.

Entender la importancia de la representación negra/afro en los espacios de toma de decisiones es fundamental para entender el contexto histórico y social que implica la lucha negra femenina y los desafíos que existen para la legitimación de los derechos de género y de raza.

El poder de mi turbante es real, no es una moda. Es conciencia, no efimeridad. Es historia y memoria colectiva. El poder de mi turbante es mi historia y se respeta.

Referencias: 

[1] Valdés García, F. (2017). Antología del pensamiento crítico caribeño contemporáneo, 161.

[2] CEPAL. 2005. Población indígena y afroecuatoriana en Ecuador: Diagnóstico sociodemográfico a partir del censo de 2001. Santiago de Chile: CEPAL. Documento disponible en:

https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/4140/1/S2005013_es.pdf

[3] Ineval. 2018. La educación en Ecuador: logros alcanzados y nuevos desafíos. Resultados educativos 2017-2018. Quito: Ineval. Documento disponible en:

https://www.evaluacion.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2019/02/CIE_ResultadosEducativos18_20190109.pdf

[4] Según el Censo de Población y Vivienda del INEC de 2010, la población afrodescendiente en Esmeraldas, provincia mayoritariamente negra, era de 234 557. En Guayaquil, era de 255 422.

[5] Testimonio de Lenny Quiroz Zambrano, Unión Nacional de Trabajadoras del Hogar y Afines (UNTHA). Véase: Silvia Arana. “«Las personas de la Isla Trinitaria estamos sufriendo porque no hubo presencia del Estado»”. Rebelión, 21 de abril de 2020. URL: https://rebelion.org/hay-companeras-que-piden-auxilio-y-no-puedo-hacer-nada/

Cofundadora del Colectivo Mujeres de Asfalto/ Activista Social en temas de DDHH, Feminista negra. Se desempeñó como Asesora Legislativa en la Asamblea Nacional del Ecuador, Consultora en temas de protección, Trata y tráfico de personas, Movilidad Humana para diversas organizaciones sociales. Fue parte del Grupo asesor de la Sociedad Civil para ONU Mujeres, consultora en temas de género y en actividades de fortalecimiento de herramientas alternativas para la incidencia política e investigadora comunitaria y política. Autora del poemario "Rompe-cabezas" y productora del documental "La Ruta de las Cimarronas" .

En la actualidad se desempeña como presidenta de la Fundación de Acción, Social e Integral Mujeres de Asfalto, miembro del Colectivo Antirracista Re-existencia Cimarronas y de la Red de Innovación Política Latinoamericana.

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