Fanny Zamudio Roura
“ Las formas de la felicidad son muy variadas, y no debe extrañar que los habitantes del país que gobierna el general Orangu se consideren dichosos a partir del día en que tienen la sangre llena de pescaditos de oro…” J. Cortázar (Un pequeño paraíso)
Ha transcurrido casi un año, desde que una realidad completamente inesperada golpeó al planeta como un asteroide desplazando al eje de sus habitantes. Doce meses que nos parecen décadas de miedo, frustración y desconcierto, todas esas emociones que conocemos de cerca en Latinoamérica. Lo desconocido fue enfrentarlas en aislamiento, privados de la sensación de libertad y del regocijo de la compañía que en algo nos consolaba o distraía las penas.
Es apenas un año y nos parecen tan lejanas esas primeras semanas de silenciosa alerta, en las que conseguir mascarillas para la familia era una hazaña, en las que vimos desde las ventanas de nuestros dispositivos a todo tipo de alimañas corretear con insumos, pruebas, medicación, bolsas para cadáveres, en medio de una tormenta de datos que no entendíamos y de noticias que no queríamos creer.
Vivimos la pandemia aislados, separados en empaques individuales, espectadores de las acciones de otros. Un Estado, débil, sin dinero y sin instituciones sólidas fue el escenario en que un gobierno errático y sin capacidad de liderazgo procuraba mal hacerse cargo de la peor crisis que ha vivido el Ecuador y el mundo en el siglo XXI. Con un tejido social reducido a objeto para una sucesión de pruebas y errores desde lo público, la ciudadanía saturada de información falsa o manipulada, quedó al margen de las decisiones, obedientes, a órdenes de cualquier “autoridad competente”.
Una marginalidad sacudida doblemente por la pobreza quedó a la expectativa de que al funcionario se le ocurra hacer la del héroe del arroz con sardina a cambio de las fotos para sus redes.
El peor error de la gestión de la pandemia y la crisis económica ha sido la negación del poder de la organización social, de la comunidad en la resistencia y la recuperación de la crisis. Un conjunto de ciudadanos pasivos, receptivos, amarrados, apenas a la expectativa de lo siguiente en cada paso de la supervivencia, es el ciclo perverso de verticalidad, autoritarismo y centralismo que son el caldo donde se cuecen bien la corrupción y la inoperancia.
Pasamos de las mascarillas a las pruebas rápidas y llegamos con poca esperanza al momento de las ansiadas vacunas.
Como esos pececitos dorados del cuento de Cortázar, esperamos que la inoculación milagrosa nos llene de felicidad y esperanza, como en el mismo relato: esa ilusión de felicidad no será más que otro precipicio en la inequidad social. La ruta que ese diminuto frasco de felicidad recorra hasta nuestro torrente sanguíneo es solamente otro motivo de corrupción, herramienta de miedo y control social.
Empecemos con la división más clara: la relación de las grandes corporaciones con el resto del mundo, en particular con los países más pobres. Cuando varias de las más poderosas farmacéuticas anunciaron el éxito de sus vacunas, el planeta entero aplaudió el logro, sin considerar las condiciones en que esas vacunas serían distribuidas. Ni por un momento se ha cuestionado siquiera la posibilidad de liberar patentes para multiplicar la producción de un compuesto que, por sentido común, debería ser patrimonio de toda la humanidad. El mercado es el Dios indiscutible que se impone con naturalidad sobre cualquier atisbo de bien común. Más allá de la ética, están las consideraciones geopolíticas que implican un acceso diferenciado a la inmunidad y su relación directa con la recuperación económica y productiva.

Por otro lado, una guerra de corporaciones se desata en los procesos de aprobación y comercialización, hasta ahora apenas cinco empresas han pasado las regulaciones de la Organización Mundial de la Salud (WHO por sus siglas en inglés). La mayoría de empresas ha preferido obtener las regulaciones que habilitan la comercialización en países desarrollados donde las ganancias son más altas. Otros veinte laboratorios están en diferentes fases de prueba; con excepción de la vacuna que desarrolla Cuba, ninguna de estas veinticinco están en países en desarrollo.
La información comparativa sobre la eficacia, efectos colaterales o complejidades logísticas de almacenamiento y distribución de las diferentes vacunas son muy diversas y generan una dispersión de parámetros imposible de gestionar para la política pública de los Estados más pobres. Como resultado, se dan procesos bilaterales de negociación que en muchos casos están, intermediadas por “brokers” que se encargan de forzar las condiciones de oferta y demanda para obtener las mayores ganancias sin miramientos éticos o sociales.
La OMS lanzó una iniciativa que requiere de un primer nivel de cooperación entre los países con menos recursos y de transparencia de las naciones cuyas empresas producen la vacuna: el mecanismo COVAX, interesante, pero muy frágil porque no se logra cohesionar la voz de negociación de las naciones del tercer mundo y mucho menos convocar la intención humanitaria de países del primer mundo. Según una reciente denuncia del Secretario General de la ONU, mientras más de 130 países aún no reciben una sola dosis, diez naciones han comprado el 75 % de las vacunas producidas. (https://www.france24.com/es/europa/20210218-onu-vacunas-plan-mundial-inequidad).
En un contexto mundial tan complejo, es totalmente lógico que la prioridad sea la salud pública, es decir, que los interlocutores sean los Estados y no las empresas privadas, ya que esto simplemente sumaría una cadena enorme de intermediarios con los riesgos de especulación de precios que eso conlleva, además del caos en la planificación de los procesos de inmunización nacionales.
Casa adentro, los principales procesos para analizar las políticas públicas de inmunización son la adquisición y aplicación de vacunas, en ambos procesos se detectan fallas graves que auguran fracasos.
En primer lugar, las decisiones sobre la provisión de vacunas. Recordemos que en el mercado hay de varios tipos, precios y porcentajes de efectividad ¿cuáles compramos? ¿Algunas? ¿Todas?, ¿cómo determinaron el precio a pagar? ¿Garantizamos las condiciones de entrega? ¿Cómo solucionamos las dificultades de almacenamiento, distribución y aplicación? ¿Nos sumamos a una iniciativa global o negociamos bilateralmente? ¿Por qué no consideramos las vacunas de Rusia o China? Las decisiones respecto a preguntas claves, se toman a puerta cerrada, entre un grupo reducido de funcionarios que no hacen ningún esfuerzo de transparentar e informar adecuadamente, a duras penas publicitan (y en ocasiones muy mal) lo que han resuelto desconociendo los principios de transparencia, publicidad y participación que manda la Constitución. En una sociedad como la nuestra que ha sido duramente golpeada por los recurrentes escándalos de corrupción y negligencia en el manejo de la pandemia, un proceso cerrado, de espaldas a la ciudadanía genera, indefectiblemente, sospecha y rechazo.
En segundo lugar se encuentra el diseño de la estrategia de inmunización. Grupos prioritarios; tiempos; mecanismos de distribución de tareas entre diferentes niveles del estado; rol y límite de lo privado. También aquí las decisiones han sido herméticas y discrecionales. Apenas tenemos una vaga idea de lo que significa “primera línea”, los médicos -claro está- pero hay miles de personas que son parte del personal sanitario que no vemos en la fila, por mencionar un ejemplo quienes realizan la limpieza en los hospitales y que utilizan el abarrotado transporte público para movilizarse.

La falta de interacción con la sociedad civil desata otro caos institucional interno con base en la auto percepción de riesgo, como el esgrimido por la Fiscalía General del Estado o, el argumento de urgencia, del sector productivo y educativo. La autoridad sanitaria demuestra desconocimiento y hasta desprecio por la gestión estatal, actúa con respecto a las vacunas como si se tratara de activos privados y no de un bien público, determina prioridades entre sus allegados o las ofrece a nombre personal cual si se tratara de llaveros promocionales y pone bajo llave los procesos como si tuvieran derecho a sigilo.
Por otro lado, una estrategia de inmunización que prescinde de los gobiernos locales está destinada al fracaso, es un principio elemental de la política pública que toda intervención masiva será más efectiva en tanto más cerca del territorio se gestione.
La falta de claridad sobre el rol del sector privado de la salud desata a la opinión pública que, desconoce los contextos y se inclina por apoyar intereses particulares. Tampoco se ha realizado ningún esfuerzo por incorporar mecanismos de gestión comunitaria como las organizaciones sociales que ya están articuladas sobre plataformas como el cáncer, VHI, discapacidades, entre otras muchas que podrían jugar un rol muy importante en la estrategia nacional.
Transparencia y eficiencia son parámetros casi desconocidos en la gobernanza del Ecuador actual, porque carecemos de un proyecto nación que cohesione a la sociedad y fortalezca su institución más importante: el tejido social.
En la ausencia de un acuerdo nacional como estado, los sucesivos gobiernos patalean en una dinámica política destructiva que se afinca en la refundación eterna y, el principal objetivo estratégico de las instituciones es apenas la supervivencia en el poder. La política pública queda atrapada en la improvisación, extraviada en el laberinto burocrático, chantajeada por la contratación pública, bajo el fuego cruzado de la politización de la justicia y vinculada a la ciudadanía, a duras penas, por las furibundas redes sociales.
Para un estado desarticulado entre sí y confrontado con la sociedad, la gestión de una pandemia es una pesadilla de la cual solamente despertaremos cuando la sociedad decida actuar en conjunto y corresponsablemente, cuando se entienda que no es un tema de autoridades, ni de sectores ni de individuos. Lo que necesita el Ecuador es una vacuna contra la tristeza del aislamiento, una inyección de realidad que nos permita la inmunidad de colectivo, no la de rebaño.
Comunicadora
Asesora política
Magister en Comunicación y Márketing Político
Licenciada en Ciencias de la Educación
Docente Universitaria
Columnista de revista digital Plan V
