John Cajas Guijarro
En 2020 la economía ecuatoriana sufrió una de sus mayores contracciones, al menos desde que se tiene registros confiables: el Producto Interno Bruto (PIB) se redujo en 7,8% según el Banco Central del Ecuador (BCE). En contraste, para 2021 se registró un crecimiento del PIB de 4,24% (mayor a las previsiones originales de 2,8% del BCE). Esta tasa de crecimiento fue una de las múltiples cifras que destacó Guillermo Lasso en su informe a la nación el 24 de mayo de 2022 al cumplirse un año de su gobierno.[2] Si bien este crecimiento del PIB suena favorable y hasta un mérito del gobierno de Lasso, existen varias tendencias lúgubres que quitan brillo a la “recuperación económica” de 2021.
Por un lado, luego del colapso asociado al coronavirus era de esperarse que el PIB ecuatoriano muestre una expansión incluso por un posible “efecto rebote” que, por cierto, es modesto si se compara con otros países de la región. De hecho, según datos recopilados por la Comisión Económica Para América Latina y El Caribe (CEPAL), en 2020 la región sufrió una contracción económica promedio de 6,81% mientras que en 2021 su recuperación fue de 6,26%. Es decir, en 2020 los países de la región en promedio sufrieron una caída económica menos drástica que Ecuador, y en 2021 mostraron una expansión mayor a la del país andino. Dado que Ecuador tuvo en 2020 una caída mayor al promedio regional, quizá lo más razonable era que igualmente se dé una expansión ecuatoriana mayor al promedio regional en 2021, sin embargo, eso no sucedió.
Por otro lado, la recuperación del PIB ecuatoriano viene acompañada de serias asimetrías sectoriales, incluso con actividades económicas entrampadas entre el estancamiento y el colapso.
Por ejemplo, si se revisa el aporte de las ramas de actividad en los 4,24 puntos porcentuales (pp.) de crecimiento del PIB en 2021, puede notarse que parte importante de la expansión se explica por los aportes del Comercio y del Transporte (1,12 y 0,89 pp. respectivamente), seguidos por la Manufactura (0,35 pp.) y varios servicios. Sin embargo, no todas las ramas contribuyeron a la recuperación. Ese es el caso de la Agricultura, cuyo aporte al crecimiento fue casi nulo en 2021 (apenas 0,03 pp.), y peor aún la Construcción cuyo aporte fue incluso negativo (-0,47pp.). En otras palabras, al mismo tiempo que la economía ecuatoriana se recuperaba en términos promedio, la Agricultura se mantuvo estancada y la Construcción sufrió un drástico colapso. Revisemos con más detalle a estas dos actividades, en especial por sus implicaciones sobre el empleo y la inversión.
Con respecto a la Agricultura, la información del BCE sugiere que el PIB agrícola se encuentra estancado prácticamente por cinco años, sin que se registre un serio cambio de tendencia en 2021.[3] Este estancamiento posee graves consecuencias laborales, sobre todo en el área rural donde 74 de cada 100 trabajadores están empleados en actividades agrícolas según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC).[4] Precisamente los datos del INEC[5] indican que, entre los primeros trimestres de 2021 y de 2022, el ingreso laboral de la mitad de los trabajadores rurales (mediana) se redujo de 213,8 a 200 dólares mensuales medidos a precios de diciembre de 2021.[6] Es decir, si se quita el efecto de la inflación, se tiene que los ingresos laborales rurales muestran un grave deterioro entre 2021-2022, provocando que alrededor de 1,4 millones de trabajadores rurales obtengan ingresos de 200 dólares o menos. Por si no fuera suficiente, el INEC también indica que entre los primeros trimestres de 2021 y de 2022 la informalidad del empleo rural[7] creció de 70,2 a 73,2%, mientras que persiste la tendencia a que solo 17 de cada 100 trabajadores rurales alcancen un empleo adecuado (en definitiva, un empleo con ingresos iguales o mayores al salario mínimo).
Mientras que el empleo rural se debate entre el aumento de la informalidad y el deterioro de sus ingresos (patrones que, reiteremos, pueden estar altamente asociados al estancamiento económico de la Agricultura), el empleo urbano muestra sus propios entrampamientos, aunque de forma menos agresiva.
Por ejemplo, según el INEC entre los primeros trimestres de 2021 y de 2022 persiste la tendencia a que el 39% de trabajadores urbanos se mantenga en la informalidad, a que solo 41 de cada 100 empleados urbanos consigan un empleo adecuado, y a que la mitad de los trabajadores urbanos (alrededor de 2,5 millones de personas) obtengan un ingreso de 400 dólares al mes o menos (a precios de diciembre de 2021). En resumen, el mercado laboral ecuatoriano no mostró una recuperación relevante pese a la expansión económica observada en 2021. De todas formas, cabe mencionar que los problemas laborales del Ecuador no son nuevos pues ya venían agudizándose desde la caída de los precios del petróleo registrada entre 2014-2015,[8] y se empeoraron con el shock asociado a la pandemia del coronavirus.[9]
El estancamiento del empleo urbano y el fuerte deterioro del empleo rural también pueden vincularse al colapso sufrido por la rama de la Construcción desde el inicio de la pandemia del coronavirus, y que ha persistido en el gobierno de Lasso. Según el BCE, en 2020 el PIB de la Construcción se redujo en -20%, mientras que en 2021 se dio una contracción de -6,6%; precisamente esta última caída justifica el aporte negativo de -0,47pp. que tuvo esta rama económica en medio del crecimiento ecuatoriano de 2021. Como resultado de estos dos años desastrosos, en 2021 el PIB de la Construcción alcanzó un nivel menor al que se registró en 2009, implicando un retroceso económico de más de once años.[10] A la par de este retroceso se nota una drástica destrucción de empleos según información histórica del INEC:[11] en 2014 la Construcción absorbía al 9,3% de trabajadores; en 2016 la cifra cayó a 8,4%; en 2019 el indicador siguió cayendo al marcar 7,5%; en 2020 el dato apenas fue de 6,1%; y en 2021 se llegó a un mínimo histórico de 5,4%. Así, en ocho años, la Construcción perdió casi 4 pp. de su participación en el empleo.
La grave caída de la Construcción y de su importancia en el empleo parece consistente con otra lúgubre tendencia económica: tanto en 2020 como en 2021 la inversión (medida con la formación bruta de capital fijo) apenas representó el 20,2% del PIB medido a precios de 2007. Es decir, de cada 100 dólares generados por la economía ecuatoriana apenas 20,2 contribuyeron a generar infraestructura (tanto pública como privada), maquinaria, equipo u otros elementos que perduren en el tiempo y que mejoren las capacidades productivas presentes y futuras. De hecho, no se había visto una participación tan baja de la inversión en la economía desde 2004, cuando la proporción inversión/PIB llegó a 19,3%, de modo que podría hablarse de un potencial retroceso relativo de casi 18 años que, reiteremos, no se observó solo en 2020 sino también en todo 2021.
En contraste, la participación del consumo de los hogares en el PIB pasó de 61,8 a 65,3% entre 2020-2021, sugiriendo que gran parte de la recuperación económica vivida en el primer año del gobierno de Lasso se sostuvo más desde el consumo que desde la inversión.[12] Aquí es innegable el efecto asociado a una débil inversión pública que, para colmo, requiere que sus cifras sean transparentadas con urgencia…
En resumen, de este breve recuento de lúgubres cifras puede decirse que el crecimiento del PIB observado en 2021 durante el primer año del gobierno de Lasso no es tan favorable como aparenta (de hecho, el crecimiento económico siempre suele ser engañoso). Sobre todo, preocupa que en medio de la “recuperación” se siga deteriorando el empleo rural y persista el estancamiento del empleo urbano, todo en un contexto de estancamiento agrícola, colapso en la construcción y baja inversión. Tales tendencias nos recuerdan que la economía ecuatoriana vive una crisis compleja (similar a otros países latinoamericanos), cuya resolución no puede pensarse en términos de mero crecimiento, peor si ese crecimiento no genera empleo de calidad y en un plazo razonable.
De hecho, son millones los ecuatorianos que – desde hace años – no conocen el privilegio de contar con un empleo formal y estable que les otorgue ingresos iguales o mayores al salario básico. Para muchos simplemente no existen oportunidades de sobrevivir, peor si se limitan a aceptar las reglas y la institucionalidad de la “economía formal”, la “economía legal” o como se la quiera llamar. Así, aunque en su informe del 24 de mayo Lasso pintó de colores a un “Ecuador de las Oportunidades”, en los hechos lo que vivimos es el gris horizonte marcado por una descomposición social exacerbada por la falta, el deterioro y hasta la destrucción de los empleos.
Si a esta situación la complementamos con un sistema de educación siempre insuficiente para un gran número de personas que se suman año a año a la oferta laboral, terminamos con miles sin posibilidades de estudiar (o estudiando en condiciones precarias), sin empleo, sin futuro, y listas para sumarse a las filas de las «economías subterráneas» por ponerles algún nombre. Sin embargo, a las élites que tienen su futuro asegurado (en especial aquellas que viven de las mieles del poder económico y político), el problema nunca resultó urgente ni prioritario. Al menos no hasta que la violencia social generada por semejante desigualdad de oportunidades se vuelve extrema. Ahí es cuando las élites “horrorizadas” recién regresan a ver a los excluidos, pero como criminales o como rostros sin nombre y sin historia que solo sirven para llenar las páginas de las crónicas rojas.
Paradójicamente, uno de los datos mencionados por Lasso en su informe a la nación sí se aproxima bastante a esta realidad: “En el 2021 se desarticularon más de 1.350 bandas. Se incautaron más de 7.500 armas y 231 toneladas de droga en un año de Gobierno, un récord histórico para el Ecuador. En lo que va del 2022 ya son 85 toneladas, el triple de lo incautado el año anterior en el mismo período.” Si notamos que en 2019 y 2020 se incautaron 79 y 128 toneladas de droga respectivamente, sin duda que las 231 toneladas incautadas en 2021 son un récord. Pero ¿semejante récord es un logro del gobierno o un síntoma más de descomposición social? La segunda opción parece más razonable, en especial si se recuerda que entre 2021-2022 la violencia en el país ha crecido tanto que incluso ya van más de 400 reos asesinados durante las matanzas en las cárceles ecuatorianas. Así, entre la crisis, la muerte y la “reactivación”,[13] seguramente las “economías subterráneas” están en pleno crecimiento y ya dominan gran parte de la institucionalidad formal (seguro que varios jueces y fiscales pueden dar testimonio al respecto, solo por citar un ejemplo).
Por cierto, cabe notar que Ecuador no es ni el primero ni el último país que vive semejante situación. El mundo capitalista, en general, vuelve cada vez más superflua y hasta intrascendente a buena parte de la población de varios países periférico-dependientes. Como resultado, la descomposición social se consolida y posiblemente no existan alternativas para dicha población ni a corto ni a mediano plazo. La mezcla entre favelas, maras, narcotráfico, Estados podridos y hasta criminales, y demás tendencias lumpen, ya forma parte del presente y del futuro de varias generaciones. Si bien en este proceso cada nación va a su ritmo, el Ecuador ha acelerado notablemente la marcha…
En contraste, las grandes potencias capitalistas apuntan hacia cambios técnicos profundos que provocarán un mayor «ahorro» de fuerza de trabajo; en ese sentido, la virtualidad implementada en la pandemia del coronavirus es apenas un ejemplo. Así, será aún más probable que muchas personas del mundo empobrecido terminen sobrando para las necesidades de acumulación capitalista a escala mundial. ¿Qué hacer cuando más y más gente se vuelva “sobrante” o “supernumeraria”? ¿aumentará la oferta de mano de obra para las “economías subterráneas”? ¿el continúo progreso técnico del Norte Global seguirá condenando al Sur Global a una decadencia infernal?
Quizá la dinámica económica y socialmente violenta que vive el Ecuador – y que está expulsando a miles de sus habitantes a migrar en búsqueda de salvación – sea la expresión de un fenómeno mucho más complejo y hasta de escala global (y eso que ni hemos mencionado a los grandes grupos económicos trasnacionales formales e informales asociados al crimen organizado). Ante tal fenómeno, el gobierno de Lasso simplemente no parece tener ninguna reacción, peor si no adopta con seriedad alguna forma de planificación económica y social. Por esta razón, apremia cada vez más que los sectores populares construyamos nuestros propios procesos organizativos de largo plazo. Pues, aunque el presente esté perdido, la construcción del futuro siempre estará en disputa.
Referencias:
[1] Economista ecuatoriano. Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador. Sitio personal: https://sites.google.com/view/johncajasguijarro
[2] Una transcripción del informe puede encontrarse en
[3] La información del BCE muestra que mientras en 2017 el PIB agrícola sumó 5.593 millones de dólares a precios de 2007, en 2020 la cifra alcanzó los 5.469 millones y en 2021 apenas subió a 5.490 millones (crecimiento de 0,39% entre 2020-2021).
[4] A nivel nacional, aproximadamente 33 de cada 100 empleados laboran en actividades agrícolas, siendo la segunda actividad que más empleo genera en el país luego de los servicios.
[5] Ver la información del INEC disponible en el resumen de indicadores de empleo del primer trimestre de 2022 disponible en
[6] En el caso del ingreso laboral rural en actividades agrícolas, la mediana se redujo de 165,2 a 150 dólares mensuales medidos a precios de diciembre de 2021.
[7] Según el INEC, el sector informal incluye a empresas de menos de 100 trabajadores que no tienen RUC.
[8] Sobre el impacto del shock petrolero de 2014-2015 sobre el empleo ecuatoriano, puede revisarse el estudio desarrollado por el autor de este texto y colegas disponible en
[9] Sobre varios de los impactos económicos del coronavirus en la economía ecuatoriana (y mundial), puede revisarse el libro escrito por el autor de este texto disponible en
[10] En 2009 el PIB de la Construcción sumó 4.494 millones de dólares a precios de 2007, en 2020 este PIB llegó a 4.719 millones y en 2021 fue de 4.406 millones (caída de 6,6% entre 2020-2021).
[11] El INEC presenta una pequeña serie histórica de empleo por rama de actividad en su boletín del mercado laboral a diciembre de 2019 disponible en
[12] En términos absolutos, en 2021 la formación bruta de capital fijo sumó 13.962 millones de dólares de 2007, uno de los montos más bajos de los últimos doce años. En cambio, para el mismo 2021 el consumo de los hogares fue de 45.142 millones de dólares de 2007, el nivel más alto observado desde que se tienen registros.
[13] Ver el texto del mismo autor disponible en