Manuel Salgado Tamayo
El imprevisto y sorprendente ataque militar del movimiento Hamas a varios puntos sensibles del Estado de Israel, el pasado 7 de octubre, ha puesto en evidencia las debilidades del sistema de seguridad del Estado judío y ha desatado una respuesta demoledora de la potencia regional que, una vez más, viola los acuerdos y las normas internacionales, y causa una profunda conmoción social en todo el orbe por los miles de civiles muertos, heridos y desaparecidos que se cuentan tanto en Israel como en la Franja de Gaza.
Los métodos utilizados por las fuerzas armadas de Israel incluyen bombardeos indiscriminados a la población civil, la destrucción de un conocido hospital en Gaza, que causó sólo en este sitio más de 500 muertos, que se suman al total de más de 4.000 muertos en los primeros catorce días del operativo. Todo este horror ha llevado a pensar que estamos ante un escenario de terrorismo y contraterrorismo, como llaman los Estados a su propio terrorismo, que hace del terror “el uso calculado de la violencia o de la amenaza de violencia para obtener objetivos que son de naturaleza política, religiosa o ideológica[…] por medio de la intimidación, la coerción o infundiendo miedo”, según la definición de un Manual del Ejército de los EUA.[1]
La magnitud de los crímenes ha llevado a los medios, académicos y políticos a señalar que en el operativo sionista hay una continuidad de la política de limpieza étnica que busca expulsar del territorio palestino a su pueblo originario, pero también un creciente genocidio que busca la destrucción de los 2 millones 200 mil palestinos que viven en la Franja de Gaza.
Estas son las razones por las que los pueblos del mundo han empezado a manifestarse en las calles en contra de la barbarie cometida por la banda de criminales, encabezada Netanyahu, que gobierna Israel.
El pueblo hebreo en Palestina.
Palestina estuvo poblada desde el paleolítico y se cree es uno de los lugares donde primero se desarrolló la agricultura en el mundo. Sus pobladores iniciales fueron los cananeos y los amoritas. En el siglo XIII a.n.e. la región fue invadida por los hebreos semitas que permanecieron hasta el siglo I de nuestra era, en que el emperador romano Adriano los “exterminó, expulsó o vendió como esclavos a los judíos, en el inicio de la diáspora por todo el mundo”[2] En los dos mil años de historia siguiente su concepción religiosa judía logró convertirse en el elemento fundamental de su supervivencia como pueblo. “Paúl Tilich ha definido la religión como la ‘inquietud última’ del hombre, una inquietud total por la realidad última que es el ‘fundamento del ser’. Poseer esta inquietud forma parte de la esencia del ser humano. La tenemos aunque no nos demos cuenta de que la tengamos, y la seguimos teniendo incluso cuando negamos tenerla en absoluto”. “Incluso el alma humana más insensible despierta a la ‘inquietud última’ cuando se enfrente a una crisis personal extrema, y la más poderosa de todas las experiencias es el sufrimiento.”[3]
El trágico griego Esquilo lo había resumido en dos palabras phatei mathos que puede traducirse como “el sufrimiento es el precio del saber”.
La historia de los pueblos que se desarrollaron en la llamada “media luna de las tierras fértiles” donde surgieron las tres grandes religiones monoteístas: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo, demuestra que esas comunidades “habían padecido sufrimientos particularmente graves”.
Desde los inicios del cristianismo los judíos fueron discriminados por considerarlos un pueblo deicida, la situación se agravó en la Edad Media y en la época Moderna por razones económicas pues los judíos para mejorar sus condiciones de vida se volcaron al comercio, la industria, las artesanías, las primeras actividades financieras, la filosofía y la ciencia; la nobleza los protegía y tenía como aliados pues les salvaban de sus dificultades económicas. Pero la reacción adversa de las masas populares los hizo víctimas de los ghettos, las juderías, terribles matanzas y expulsiones, como las que fueron víctimas en España y Portugal en 1492. A fines del siglo XIX la situación de los judíos se agravó por el surgimiento del antisemitismo y el racismo como doctrinas seudo científicas. Los pogromos en Rusia y Polonia alcanzaron dimensiones brutales. Y la culminación de esa barbarie fue el holocausto perpetrado por los fascistas y los nazis a partir de la tercera década del siglo XX.
El Sionismo aboga por la formación de un hogar nacional judío.
Los historiadores coinciden en señalar que la publicación en 1896 de Der Judenstaad de Theodor Herzl es el punto de partida de la creación de “un movimiento judío activo de amplitud mundial”.[4] Herzl escribe: “La idea que he desarrollado en este panfleto es muy antigua: se trata de la restauración del Estado judío… Concédasenos la soberanía sobre una porción del planeta lo suficientemente amplia como para satisfacer las necesidades legítimas de una nación, y nosotros nos encargaremos del resto”.[5]
Herzl mencionó a Palestina y Argentina, pero, al año siguiente, en el Primer Congreso Sionista celebrado en Basilea, se declaró que la meta del sionismo era “crear para el pueblo judío un hogar en Palestina amparado por el derecho público”.
Rechazadas sus ideas por las autoridades otomanas, bajo cuya jurisdicción estaba Palestina, Herzl acudió a los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Bélgica e Italia y se examinaron las posibilidades que ofrecían lugares tan remotos como Chipre, el África oriental y el Congo, aunque ninguna de éstas se materializó”.[6]
La explosión nacionalista que vive Europa a inicios del siglo XX se convierte en un nuevo escollo para las minorías judías que viven al interior de esos países. Los movimientos judíos de Europa y Norteamérica hicieron gestiones en la Conferencia de Paz en Versalles, al fin de la primera guerra mundial, para que se adopten tratados de protección a los judíos.
Al mismo tiempo se intensifican las gestiones del movimiento sionista ante la potencia británica que tiene el mandato sobre las regiones que habían formado parte del Imperio Otomano, gestiones que lograron la declaración del Canciller Británico Sr. Althur Balfourt, publicada en el Foreign Office, el 2 de noviembre de 1917, que decía en esencia:
“El Gobierno de Su Majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará cuando esté en su poder para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no se tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina, o los derechos y la condición política de que gocen los judíos en cualquier otro país”.[7]
La población autóctona de Palestina, que había vivido sin interrupción los últimos tres milenios en la región manifestó que la declaración inglesa era una violación de sus derechos naturales e inalienables, agregó que las potencias incumplían las garantías de independencia que habían prometido a los dirigentes árabes durante la primera guerra mundial para lograr su apoyo.
Entre las comunidades judías no existía una posición unánime de apoyo a la tesis sionista de Herzl: El sector del judaísmo en Estados Unidos de América se opuso de modo radical al sionismo desde 1869 hasta 1935. En Europa Occidental los judíos más ortodoxos en materia religiosa apoyaron el planteamiento, pero estaban también los judíos más secularizados que no tenían ninguna simpatía por la Tierra Santa de Israel. También hay que mencionar la posición de los obreros e intelectuales que en Alemania y Rusia militaban con firmeza en las filas del socialismo. En esas condiciones, un elemento determinante fueron las leyes de Nuremberg y otras similares que se dictaron en Alemania e Italia que quitaron derechos ciudadanos a los judíos y finalmente la campaña de exterminio que hizo de Palestina un sitio de refugio para la salvar la vida del pueblo judío.
El proceso de colonización de Palestina.
El proceso de colonización de Palestina por los judíos no tiene elementos nuevos que alteren el patrón tradicional de colonización de áreas del mundo en las que viven pueblos originarios. Como anota Frank Barat: “Los movimientos colonizadores que buscaban una nueva vida e identidad en países ya habitados no surgieron exclusivamente en Palestina. En América, en el extremo sur de África y en Australia y Nueva Zelanda los colonizadores blancos destruyeron la población local por diversos medios, principalmente el genocidio, para instituirse como los dueños del país y reinventarse como su población nativa”[8]
El asentamiento colonial de los judíos en Palestina puede leerse en las siguientes cifras: en 1885 había en Palestina 23.000 judíos; en 1947 existían allí 643.000 judíos, que vivían en 330 comunidades y colonias, de las que 302 eran agrícolas.
El análisis de las cifras demuestra que la inmigración se aceleró durante el cuarto de siglo del Mandato británico conferido por la Sociedad de Naciones en 1922 y que se prolongó hasta 1947. Durante el mandato se produjo en 1937 una primera rebelión anticolonial de los palestinos contra la inmigración judía, que fue seguida por varios actos de terrorismo y violencia desatados por las dos partes en conflicto.
Los colonos llegaban de diferentes países, sobre todo de Europa Oriental: Rusia, Hungría, Polonia, Lituania, Rumanía, Bulgaria. También llegaron de los Estados Unidos, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Turquía, donde habían vivido siglos, expulsados por el nacionalismo. Solo los judíos que habitaban Palestina hablaban hebreo por lo que una de las primeras tareas fue la enseñanza del hebreo como lengua común en un paso inicial de la construcción de la identidad nacional, hecho que demuestra que el judaísmo era una concepción religiosa y no una corriente nacional o protonacional.
Los británicos fracasaron en la búsqueda de una solución al problema Palestino y por ello entregaron el Mandato a las Naciones Unidas en 1947. La ONU nombró una Comisión especial para que investigue el problema y plantee una fórmula de solución.
La resolución de las Naciones Unidas.
El 25 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas procedió a la votación del informe de mayoría de la Comisión Especial que recomendaba la partición de Palestina en un “Estado judío” y un “Estado árabe”. El informe señalaba que: “La partición es el único medio por el cual se puede llegar a que tanto los árabes como los judíos asuman la responsabilidad política y económica con lo que, presumiblemente, al tener unos y otros que arrostrar totalmente las consecuencias de sus propios actos, ha de surgir un nuevo e importante elemento, de mejoramiento político.
El territorio palestino se dividió en ocho partes. Tres se signaron al Estado judío y tres al Estado árabe. La séptima, Jaffa, constituiría un enclave árabe en territorio judío. La octava parte correspondería a Jerusalem que sería constituida como corpus separatum bajo un régimen internacional especial”.
La resolución de partición contenía salvaguardas especiales para asegurar los derechos de las minorías:
“Se garantizará a todos la libertad de conciencia y el libre ejercicio de todas las formas de culto”.
“No se hará discriminación de ninguna clase entre los habitantes por motivos de raza, religión, idioma o sexo”.
“Todas las personas comprendidas dentro de la jurisdicción del Estado tendrán por igual derecho a la protección de la ley”.
“Ambos Estados también debían asegurar la libertad de movimiento y tránsito”.
“No se permitirá ninguna expropiación de tierras poseídas por un árabe en el Estado judío (por un judío en el Estado árabe), excepto para fines de utilidad pública. En todos los casos de expropiación, se pagará totalmente la indemnización que haya fijado la Corte Suprema con anterioridad al desposeimiento…”.
La votación fue de 25 votos a favor, entre ellos el de la delegación ecuatoriana, 13 en contra y 17 abstenciones.
El Plan de partición fue aceptado por los judíos palestinos y rechazado por los árabes.
El sionismo proclama el Estado judío.
Gran Bretaña había fijado el 15 de mayo de 1948 como fecha para la entrega del Mandato, pero el 14 de mayo los sionistas proclamaron el Estado de Israel. “Los países árabes vecinos invadieron inmediatamente Palestina y entonces sobrevino lo que los árabes denominan “la catástrofe”, el desarrollo de una guerra que duró un año, dos meses y seis días, que culminó con un armisticio en 1949. Como resultado de la derrota 900.000 palestinos fueron expulsados de su territorio. Fue la primera de las cuatro guerras que libró Israel contra los países árabes. La segunda llamada la de Suez se produjo en 1956. La tercera guerra fue la llamada de los 6 días en 1967 y la cuarta guerra del Yum Kippur en 1973. En todas estas guerras la victoria estuvo de lado de Israel que siguió cumpliendo su inexorable plan de despojo y ampliación de territorio y de expulsión de los palestinos que protagonizaron una nueva diáspora esta vez ejecutada por las élites sionistas. Ese es el origen de los miles de refugiados que viven en los países vecinos despojados de su Patria nativa.
En 1978 en la búsqueda de alguna salida que permita detener la violencia y la guerra asimétrica se impulsaron los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, gestionados por el presidente Carter. El resultado neto de esa negociación fue el reconocimiento del Estado de Israel por Egipto que los árabes consideran un acto de traición.
En 1993 se negocian los acuerdos de Oslo, impulsados por Bill Clinton, que terminan con el reconocimiento israelí de la Autoridad Nacional Palestina sobre algunos aspectos de la vida de Cisjordania y la Franja de Gaza. Se trata de una especie de reconocimiento parcial de un gobierno palestino sin Estado. Este acuerdo debilitó el poder político de la OLP y su líder histórico Yasser Arafat y puede considerarse como uno de los factores que consolidó el prestigio del fundamentalismo islámico representado por Hamas.
Pero los principales rasgos de la vida del pueblo palestino siguen siendo los mismos que anotó Edward Said en los años 90 del siglo pasado: “La desposesión, el exilio, la dispersión, la privación de derechos (bajo la ocupación militar israelí), y, en ningún caso en último lugar – la resistencia extraordinariamente generalizada y tenaz a tales penalidades. Miles de vidas perdidas(sólo en las dos últimas semanas más de 4.000 muertos) y muchas más inevitablemente dañadas no parecen haber minado el espíritu de resistencia que caracteriza a un movimiento nacional que, pese a sus numerosos avances a la hora de obtener legitimidad, visibilidad y un enorme apoyo por su gente, asombrosamente, contra todo pronóstico, no ha descubierto un método para detener o frenar la implacable tentativa israelí de apoderarse de cada vez más y más territorios palestinos (además de otros territorios árabes)”[9]
La derechización de los dirigentes de Israel y Hamas.
En los últimos tres lustros, siguiendo una tendencia que parece imponerse en el mundo, tanto en Israel como en Palestina se ha dado un giro hacia la derecha, hacia un extremismo de derecha en el caso de Israel. Como dice Noam Chomsky: “Hay una suerte de aislamiento defensivo muy similar al que se dio en Sudáfrica hacia el final del apartheid.” “El mundo es antisemita y por eso nos odia, entonces, hagamos lo que queramos”. Nada es su culpa, todo es culpa de los demás; es muy cruel. Es decir, a veces es increíble. Por ejemplo, durante el brutal ataque a Gaza denominado Operación Plomo Fundido, las escenas de espectadoras y espectadores israelíes sentados en sillas de playa en las colinas aplaudiendo cada vez que caía una bomba. Esto supera la obscenidad. Pero, lamentablemente, es un gran porcentaje de la población”.[10] Pero también en las filas palestinas se han debilitado las posiciones progresistas de Al Fatha y la OLP consolidando el fundamentalismo islámico de Hamas.
La complicidad de los Estados Unidos con las políticas de Israel quedó retratada de cuerpo entero cuando el presidente Joe Biden visita a Benjamín Netanyahu en los días siguientes al bombardeo a un Hospital de la Franja de Gaza por la fuerza aérea de Israel.
La visita de Biden es un apoyo al asedio cruel y destructivo de la Franja de Gaza, que observadores internacionales señalan como la cárcel más grande del mundo impuesta a un pueblo inocente; y también un visto bueno para que Israel siga apoderándose de todo lo que le sea de valor en Cisjordania y tomando posesión de las Alturas de Golán al norte.
Las paradojas del Estado judío de Israel.
En el tercer año de la tercera década del siglo XXI sería un grave error teórico y político no advertir las paradojas que plantea la existencia y consolidación del Estado judío de Israel. El primer hecho sorprendente es el de que el Estado colonial de implantación judío se consolida justo en la época histórica en que se derrumban los últimos imperios coloniales en el mundo. La segunda anomalía es que se exhibe como un logro la construcción de un Estado judío justo cuando en el mundo moderno se consolidan los procesos de secularización. El tercer hecho que podría hacer de Israel un Estado paria es la utilización extrema de la violencia y el genocidio como método de despojo territorial y expulsión y muerte de la población nativa. La cuarta verdad, más clara que la luz del día, es la práctica sistemática del racismo que, curiosamente, supera los niveles del apartheid sudafricano, pues los negros eran la fuerza del trabajo de ese proyecto nacional, en cambio en la visión actual del sionismo no hay espacio para los palestinos.
Finalmente, es increíble, que todo este monstruo anacrónico se mantiene gracias al apoyo militar, financiero e ideológico del Imperio Americano que ha sembrado en las últimas décadas desolación y muerte en varios países árabes y ha logrado también la división de sus élites gobernantes.
Los crímenes de guerra deben ser juzgados con la misma ley.
Pero en este momento de la historia hay un dilema ético que no podemos soslayar. Yo suscribo el juicio ético del historiador palestino Ilan Pappe: “[11]Quienes cometen atrocidades en el mundo árabe contra minorías oprimidas y comunidades indefensas, así como los israelíes que cometen esos mismos crímenes contra el pueblo palestino, todos deben ser juzgados según los mismos estándares morales y éticos. Todos ellos son criminales de guerra, aunque en el caso de Palestina han estado perpetrando esos crímenes durante más tiempo que los demás. Realmente no importa la identidad religiosa de quienes cometen estas atrocidades o en nombre de qué religión pretenden hablar. Llámense yihadistas, judíos o sionistas, deben ser tratados todos de la misma manera”.
Referencias:
[1] Noam Chomsky, Hegemonía o supervivencia, La estrategia imperialista de los Estados Unidos, (Barcelona, Ediciones B, 2da edición, 2017) 272-273.
[2] Salvat Editores, La Enciclopedia, Tomo XV, (Madrid, Anglofort S.A.) 11621
[3] Arnold Toynbee, El crisol del cristianismo, Antecedentes históricos, (Barcelona, Editorial Labor, 1971) 37
[4] K.M. Panikkar, El siglo XX, Las ideologías, Historia de la Humanidad, Tomo 12, (Barcelona, Editorial Planeta, 1977), 49
[5] Theodor Herzl, The Complete Diaries of Theodor Herzl (Nueva York, Herzl Press and Thomas Yosecoff, 1960) V. 1, p. 343.
[6] Naciones Unidas, Orígenes y evolución del problema palestino, (Nueva York, ONU, 1974) 7
[7] Naciones Unidas, Orígenes y evolución del problema palestino, (Nueva York, Naciones Unidas, 1974) 6
[8] Frank Barak, Editor, Conversaciones sobre Palestina, (Navarra, Ediciones Xlaparta, 2016) 26
[9] Edward Said, La cuestión palestina, (Barcelona, Randum Hause Mondorari, Prefacio a la Edición de 1992) 11, 12
[10] Noam Chomsky e Llan Papé, Conversaciones sobre Palestina, (Navarra, Editorial Txalaparta, primera edición, mayo del 2016) 117
[11] Ilan Pappe y Noam Chomsky, Conversaciones sobre Palestina, (Navarra, Editorial Txalaparta, primera edición, 2016) 180.
Profesor Emérito de la Universidad Central del Ecuador. Ex legislador. Literato. Mgs. en Relaciones Económicas Internacionales mención Comercio e Integración por la Universidad Andina Simón Bolivar. Phd en estudio latinoamericanos en UASB