Salvador Allende y los mil días de la Unidad Popular en Chile

Salvador Allende y los mil días de la Unidad Popular en Chile

Manuel Salgado Tamayo

El 11 de septiembre se cumplen 50 años del golpe militar fascista en Chile que puso fin, de modo sangriento y trágico, a la experiencia inédita de la “vía chilena al socialismo”, que tuvo como actor fundamental al médico y político Salvador Allende que consagró su vida a la causa del socialismo que significaba, según sus propias palabras, una “transformación profunda y creadora” que construya “un nuevo modelo de Estado, economía y sociedad, centrado en el hombre, en sus necesidades y sus aspiraciones”.[1]

Medio siglo de lunas crecientes y menguantes.

En este medio siglo han pasado muchas lunas, crecientes y menguantes, en Chile y América Latina, de modo que es posible que, salvo para historiadores, las nuevas generaciones no conozcan las razones por las cuales Allende es considerado una de las grandes personalidades democráticas del siglo XX, cuyas lecciones siguen gravitando en la escena política de Chile y América Latina. El dictador sanguinario y corrupto impuesto por la derecha política y el Imperio se aferró al poder más de tres lustros, pero el pueblo llamado a referéndum le dijo no el 5 de octubre de 1988, pero quedó el escarnio de haber hecho de Chile el primer laboratorio de experimentación del régimen totalitario de la globalización neoliberal que sigue profundizando la desigualdad entre ricos y pobres en el mundo. El fin de la dictadura llevó a la instauración de una democracia cautiva de una carta política autoritaria, cuyo tablero fue sacudido por la juventud y los estudiantes que levantaron sus originales barricadas desde el 2011; en el 2014 esos muchachos accedieron al Parlamento, experiencia que se repitió en el 2018 y en el 2022 llegaron al Palacio de la Moneda bajo el liderazgo de Gabriel Boric, ex presidente de la Federación de Estudiantes de Chile y egresado de la carrera de derecho, pero al culminar el simultáneo proceso constituyente, que buscaba archivar la carta magna dejada por la dictadura, la inclusión de nuevos temas no explicados de modo suficiente al pueblo determinó que triunfe el no en el plebiscito del 4 de septiembre del 2022.

En todo caso, queda claro que en el Chile actual la juventud y los sectores progresistas rinden tributo a la memoria de Allende, mientras la derecha política sigue cobijada bajo el negro manto de la Constitución dejada por Pinochet.

Allende por Allende.

Según sus apuntes autobiográficos[2] Salvador Allende nació en una familia de la mediana burguesía algunos de cuyos miembros habían estado al servicio de la vida pública por muchos años. Su formación primaria y secundaria la cursó en su natal Valparaíso y luego se trasladó a Santiago a estudiar la carrera de medicina. Allende recuerda que, en aquella época, entre los estudiantes de medicina se encontraban las posiciones políticas más avanzadas, en uno de cuyos grupos estudió a los clásicos del marxismo y militó en favor de la reforma universitaria. Por sus ideas políticas fue expulsado de la universidad, arrestado y juzgado por tres cortes marciales. Se graduó de médico con las más altas calificaciones, pero se presentó a cuatro concursos de merecimientos en los que era el único concursante y, sin embargo, los cargos quedaron vacantes. Empezó a trabajar en Valparaíso como asistente de anatomía patológica, el mismo calcula que realizó unas 1.500 autopsias. Terminado su trabajo se dedicó a fundar y construir el Partido Socialista en Valparaíso.

Al hacer un recuento de quienes tuvieron influencia en su formación espiritual admite con gratitud la que desempeñó, durante la secundaria, un viejo zapatero anarquista que vivía frente a su casa que lo orientó en sus primeras lecturas y le enseñó a jugar ajedrez.

Estuvo en el Congreso chileno 27 años, dos como diputado, 25 como senador.

 Fue candidato presidencial cuatro veces: en el 51, sin ninguna ilusión electoral, para enseñar al pueblo que existía un camino distinto al establecido; en el 58, pierde las elecciones por apenas 30 mil votos de diferencia; en el 64, es derrotado por Eduardo Frei de la Democracia Cristiana que recibe el apoyo de la derecha. En el 70 gana las elecciones, con una mayoría relativa, al frente de la Unidad Popular.

Sus 27 años en el parlamento bicameral y sus cuatro candidaturas presidenciales son la mayor prueba de su lealtad al Partido Socialista pues le sirvieron para recorrer cientos de veces el largo territorio de Chile educando y organizando a los obreros, a los estudiantes, a los campesinos, a los artesanos, a los mineros, a las mujeres, a los empleados públicos, a los intelectuales, en un proceso de décadas en el que también vale la pena destacar la conducta colectiva del socialismo chileno que supo reconocer los méritos personales y la trayectoria de su gran dirigente. Allende busca de manera obstinada llegar al poder para ponerlo al servicio de su pueblo, construyendo la militancia territorial del Partido, pero también buscando aliados para formar coaliciones más amplias, pero sin abandonar sus objetivos programáticos y sin enancarse en proyectos o figuras políticas coyunturales que representen otros intereses de clase, como ha sucedido tantas veces en la historia de los partidos de izquierda de América Latina.

La vía chilena al socialismo.

En el discurso pronunciado con motivo de la transmisión del mando y el comienzo del Gobierno Popular, el 5 de noviembre de 1970, el presidente Allende explica con absoluta claridad la vía escogida para la construcción de la nueva sociedad:

“¿Cuál será nuestra vía, nuestro camino de acción para triunfar sobre el subdesarrollo? Nuestro camino será aquel construido a lo largo de nuestra experiencia, el consagrado por el pueblo en las elecciones, el señalado en el programa de la Unidad Popular: el camino del socialismo en democracia, pluralismo y libertad”.

Líneas adelante explica: “Chile, en su singularidad, cuenta con las instituciones sociales y políticas necesarias para materializar la transición del atraso y de la dependencia, al desarrollo y a la autonomía, por la vía socialista”.[3]

En su informe ante el Congreso chileno el 21 de mayo de 1971 expone lo que a su juicio constituye la excepcionalidad histórica del proceso chileno:

“Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista. Este desafío despierta vivo interés más allá de las fronteras patrias. Todos saben, o intuyen, que aquí y ahora, la historia empieza a dar un nuevo giro, en la medida que estemos los chilenos conscientes de la empresa. Algunos entre nosotros, los menos quizás, solo ven las enormes dificultades de la tarea. Otros, los más, buscamos la posibilidad de enfrentarla con éxito. Por mi parte estoy seguro de que tendremos la energía y la capacidad necesarias para llevar adelante nuestro esfuerzo, modelando la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario. Los escépticos y los catastrofistas dirán que no es posible”.[4] Y concluye que el Parlamento, las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros respaldarán la ordenación social que corresponda a la voluntad popular.

Se gesta el fascismo en Chile.

Pero los deseos de una transición pacífica al socialismo fueron jaqueados desde el principio por la derecha política y el Imperialismo. Fidel Castro al despedirse del pueblo chileno en un acto realizado en el Estadio Nacional, el 2 de diciembre de 1971, luego de una extensa visita, dijo con su acostumbrada transparencia:

“Hemos visto el fascismo en acción y hemos podido comprobar un principio contemporáneo: Que la desesperación de los explotadores en el mundo de hoy – como ya se ha conocido nítidamente por la experiencia histórica – tiende hacia las formas más brutales, más bárbaras de violencia y reacción”. Y más adelante advirtió que: “El fascismo en su violencia liquida todo, arremete contra las universidades, las clausura y las aplasta; arremete contra los intelectuales, los reprime y persigue; arremete contra los partidos políticos, arremete contra las organizaciones de masas y las organizaciones sindicales y las organizaciones culturales. De manera que nada hay más violento, ni más retrógrado, ni más ilegal que el fascismo.

Y nosotros hemos podido ver en este insólito y único proceso como se manifiesta esta ley de la historia: que los reaccionarios, los explotadores, en su desesperación, apoyados fundamentalmente desde el exterior, genera y desarrolla este fenómeno político, esa corriente reaccionaria que es el fascismo”.[5]

Y el propio presidente Allende denunció en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 4 de diciembre de 1972, que: “Desde el momento mismo en que triunfamos electoralmente el 4 de noviembre de 1970, estamos afectados por el desarrollo de presiones externas de gran envergadura, que pretendió impedir la instalación de un gobierno libremente elegido por el pueblo y derrocarlo desde entonces. Que ha querido aislarnos del mundo, estrangular la economía y paralizar el comercio del principal producto de exportación: el cobre. Y privarnos de fuentes de financiamiento internacional”.

Más adelante agrega en su discurso: “No solo sufrimos el bloqueo financiero, también somos víctimas de una clara agresión. Dos empresas que integran el núcleo central de las grandes compañías transnacionales, que clavaron sus garras en mi país, la International Telegraph & Telephone Company (ITT) y la Kennecott  Copper Corporation , se propusieron manejar nuestra vida política”.

Denuncia que, entre septiembre a noviembre de 1970, antes de su posesión presidencial, se desarrollaron en Chile acciones terroristas planificadas fuera de nuestras fronteras, en colusión con grupos fascistas internos, que culminaron con el asesinato del comandante en jefe del ejército, general René Schneider, símbolo del constitucionalismo de las Fuerzas Armadas. En marzo de 1972 se revelaron los documentos que denuncian la relación directa entre estos tenebrosos propósitos y la ITT.

Kissinger y el comité de los 40.

En 1979 cuando el secretario de Estado del gobierno de Richard Nixon publica su libro “Mis memorias”[6] en el que considera que el dominio del mundo es un derecho indiscutible de los Estados Unidos de América, rebela con total cinismo cómo y por qué organizó el Comité de los 40 que tenía como objetivo el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.

En su libro Kissinger anota: “Lo que nos preocupa acerca de Allende era su proclamada hostilidad a los Estados Unidos y su patente intención de crear otra Cuba.” Y agrega más adelante: “El desafío a nuestra política e intereses representado por Allende era fundamentalmente diferente. No era solo nacionalizar la propiedad: el reconocía su consagración al marxismo – leninismo totalitario. Era un admirador de la dictadura cubana y un resuelto opositor al “imperialismo norteamericano”. Su meta, declarada por más de una década antes de ser presidente, había sido minar nuestra posesión en todo el hemisferio occidental, por la violencia si era necesario. Debido a que era un país continental, la capacidad de Chile para serlo era mucho mayor que la de Cuba, y esta presentaba un desafío sustancial; de hecho, estábamos en medio de un enfrentamiento acerca de Cienfuegos[7] cuando Allende fue elegido. El éxito de Allende habría tenido importancia también para el futuro de los partidos comunistas de la Europa Occidental, cuyas políticas inevitablemente socavarían la Alianza Occidental fuesen cuales fuesen sus alegatos de respetabilidad. Ningún presidente responsable podría ver el acceso de Allende al poder con otro sentimiento que no fuera inquietud”.

Los análisis de Kissinger dieron paso a los trabajos del Comité de los 40, al incremento de la ayuda militar a Chile y a la implementación secreta del golpe de Estado y del genocidio contra el pueblo chileno.

En el año 1973 llegan por valija diplomática los millones de dólares que financian las huelgas y sabotajes. Los empresarios paralizan la producción y distribución de alimentos. La gente hace largas colas en busca de alimentos básicos. Como recuerda Eduardo Galeano: “Conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima. La Democracia Cristiana y el Diario “El Mercurio” dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que es hora de acabar con esta tiranía roja… En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de libertad”[8]

La herencia económica y social que recibe Allende.

La dictadura y sus aliados han difundido profusamente que la situación económica de Chile era estable y próspera y que la Unidad Popular la condujo al desastre. La realidad es que tanto en Chile como en América Latina el modelo de acumulación empieza a presentar los síntomas de la crisis lo que multiplica la presencia de las organizaciones populares, estimuladas por el triunfo de la revolución cubana, a tal extremo que los Estados Unidos se ven obligados a cambiar su estrategia de dominación aprobando en Punta del Este en 1961 la Alianza para el Progreso. En ese clima político se crea en Chile la Democracia Cristiana que gana las elecciones para el período 1964 – 1970 con una propuesta reformista que tiene como puntos programáticos más destacados la reforma agraria que se quedó en el discurso por el choque de intereses con los terratenientes; la “chilenización del cobre” que no más fue la compra del 51% de las acciones de las empresas cupríferas y, en materia social, se aplicaron programas clientelares orientados a ganar el apoyo de los sectores sociales más postergados.

La oposición de la burguesía chilena a las tibias reformas obliga al gobierno de Frei a dar un giro en 1967 hacia las políticas de concentración del ingreso favorables al gran capital.[9]

Manuel Agustín Aguirre, señala que: “La economía que recibe la Unidad Popular con Allende, es una economía en total desastre… Del año 1967 al 70, la tasa de crecimiento económico baja del 5.4% en el 61-66, al 2.7%, en el año 70, que es casi igual a la tasa de crecimiento de la población, que es 2.3. Esto significa un país económicamente paralizado, casi totalmente paralizado. La desocupación llega al 8% de la fuerza de trabajo activa. En Santiago había 250.000 desocupados. Las empresas estaban subutilizadas en un 32%. La distribución del ingreso nacional era monstruosa como lo es en nuestro país y en todos los de América Latina: en 1968, el 3.2% de las personas que reciben rentas, obtienen un ingreso del 42%, y el 47% de la población activa, recibe un 12% de ese ingreso” … “Este era el panorama de una economía deshecha, que demostraba la incapacidad del sistema capitalista para producir el desarrollo económico en Chile y en América Latina”.[10]

Las realizaciones del gobierno de la Unidad Popular.

Ante la desmesura y brutalidad de la reacción de la burguesía chilena y el Imperio Americano uno se pregunta cuáles fueron las tareas programáticas cumplidas por el gobierno de Allende que provocaron semejante tragedia y se las puede resumir en tres puntos:

Uno, la recuperación para Chile, país minero, de la totalidad de las riquezas extractivas: El cobre, el hierro y el salitre retornan al patrimonio de la nación. Las empresas dueñas del cobre, Kennecott y Anaconda, luego de medio de siglo de explotación intensiva, que le generó utilidades equivalentes a la mitad del patrimonio físico acumulado en los 160 años de vida republicana son nacionalizadas sin indemnización. Allende crea la teoría de la super rentabilidad, aprobada por el Congreso, que permite, por primera vez en la historia, que un país dependiente apruebe un procedimiento legal para realizar un balance de las actividades de una empresa extranjera, determinando su debe y su haber en la economía del país. Pero esta doctrina que también lleva el apellido de Allende cuestiona de hecho las normas financieras y éticas que aplican los monopolios imperialistas en sus inversiones en todo el mundo.

La segunda línea de acción fue la reforma agraria que, pese a la oposición del Congreso, valiéndose de la Ley que había aprobado el gobierno de Frei se profundiza hasta el nivel de casi eliminar el latifundio. Simultáneamente se desarrolla un esfuerzo fundamental para incorporar al campesinado a la lucha política.

El tercer eje estratégico fue la construcción del Área de Propiedad Social. Esta línea de acción desató una encarnizada resistencia de la burguesía. De inicio se estatizaron las grandes empresas textiles, metalúrgicas, petroquímicas y de alimentos básicos. También el gobierno asumió el control de los bancos privados, nacionales y extranjeros. Se rebaja la tasa de interés bancario y el sistema financiero se orienta a servir los intereses de los pequeños y medianos industriales, mineros y agricultores. Se impone una drástica redistribución de ingresos a través de una política de sueldos, salarios y precios, medidas tributarias y otras políticas sociales orientadas a satisfacer las necesidades fundamentales de la población. Durante 1971 y 1972 la producción industrial creció en un 12%. Los servicios de salud se perfeccionaron y ampliaron. El gobierno garantizó el medio litro de leche diario a todos los niños de Chile. La tasa de mortalidad infantil descendió como consecuencia de un programa de protección a la madre y el niño. El sistema educativo registro un incremento de la matrícula en todos los niveles.

Las pensiones mínimas de vejez, invalidez y viudez del Servicio de Seguro Social se incrementaron en un 550%. 300 mil ancianos jubilados elevaron sus ingresos desde un tercio a un salario mínimo completo. En 1971 el producto nacional bruto registró la tasa de crecimiento más alta de la historia de Chile: 8.3%. En 1972, pese al boicot nacional e internacional, el PNB registró una tasa del 5%. El gobierno popular desata una política cultural enorme que estimula creatividad de los intelectuales y artistas.

El escritor Julio Cortázar que visita Chile atestigua ese florecimiento: “Lo que vi en las universidades a través del diálogo con los estudiantes y profesores, me confirmo la certidumbre de que el gobierno de Salvador Allende y sus asesores en el plano de la educación y la cultura habían visto lo que en su día también viera de manera ejemplar el gobierno revolucionario cubano, al proponerse no sólo la liberación exterior y física del pueblo, sino esa otra liberación igualmente difícil de conseguir: la de la mente, de la sensibilidad frente a la belleza, la lenta y maravillosa conquista de la identidad personal, de la auténtica capacidad de ser un individuo, sin la cual no es posible consolidar y defender la liberación exterior y la soberanía popular”[11]

Las lecciones del proceso de la Unidad Popular.

Medio siglo después de esta experiencia inédita que culminó en un baño de sangre y situados como estamos en un desorden mundial radicalmente distinto al de la Guerra Fría, conviene que los sectores socialistas y de izquierda nos preguntemos si podemos sacar algunas lecciones de esta experiencia entre alentadora y traumática; alentadora porque demostró que es posible construir una economía no sometida a los intereses de las transnacionales y las burguesías dependientes; traumática porque yuguló a lo mejor del pueblo chileno, empezando por su presidente, sin ninguna posibilidad de defensa, pacífica o violenta, de las masas irredentas. El golpe fue tan demoledor que el dictador pensaba, al convocar al referéndum, quedarse unos 8 años más en el poder, pero el pueblo chileno cortó sus ambiciones con un NO rotundo. Años después la juventud chilena se tomó el gobierno y dio un salto adicional para intentar romper el maleficio de una Constitución que cierra las puertas a todo intento de construir una sociedad más igualitaria, justa y democrática.

La primera lección que nos dejó el proceso chileno es la de que no se puede, en el contexto de las sociedades capitalistas, olvidar la teoría marxista de la lucha de clases fomentando la ilusión de que puede aprovechar el ordenamiento jurídico e institucional vigente para impulsar una transición pacífica al socialismo. Hay que decir que esta omisión fue objeto de una severa autocrítica del propio Partido Socialista Chileno.

La segunda lección positiva que nos dejan los tres años del gobierno de la Unidad Popular es que es posible construir una economía nacional distinta siempre que se cuente con la organización y el trabajo entusiasta de los sectores populares.

La tercera lección nos dejó el médico socialista Salvador Allende, hombre estudioso y gran orador, que consagró toda su vida a la organización y educación de los trabajadores y el pueblo para que militen en el Partido Socialista Chileno con el objetivo fundamental de tomarse el poder político para ponerlo al servicio de los sectores explotados y marginados de la sociedad. Allende tenía durante su gobierno, según sus más cercanos amigos y compañeros, la clara certeza de que le asechaba la posibilidad de la muerte y la aceptó con serenidad y grandeza para impedir que sus enemigos lo capturen vivo.

La cuarta lección nos deja el Partido Socialista Chileno que ha tratado de ser durante toda su existencia una fuerza política de carácter marxista, autónoma, nacionalista y latinoamericanista que pensó con su propio cabeza y tomó sus propias decisiones cometiendo errores, pero también aciertos, conducta que les ha permitido sobrevivir e influir hasta la actualidad de la lucha política de Chile.

Como anotaba el secretario general del Partido Socialista Chileno: “Pocas veces en los anales de las luchas populares un sacrificio fue históricamente más útil. La verdadera humanidad, ha recogido su nombre, su vida y su palabra. Las grandes corrientes del pensamiento humano han convergido en una formidable y ecuménica expresión solidaria… La muerte de Allende sacude la conciencia universal y su nombre se transforma en una insólita bandera de lucha y unidad”.[12]

Referencias:

[1] Alfonso Barrantes, De Mariátegui a Allende, en Frida Modak, Coordinadora, Salvador Allende en el umbral del siglo XXI. (México, Plaza Janés Editores, 1998) p. 27

[2] Salvador Allende, Allende por Allende, en Frida Modak, Coordinadora, Salvador Allende en el umbral del siglo XXI, p.p. 1-7

[3] Salvador Allende, discurso en el Estadio Nacional, en Salvador Allende su pensamiento, (Quito, Ediciones La Tierra, 2008) 37

[4]  Salvador Allende, Ibidem, 47-48

[5] Fidel Castro Ruz, Fidel en Chile. Textos completos de su diálogo con el pueblo, Hecho en Chile, Empresa Editora Nacional Quimantu Ltda, enero de 1972, p.p. 263-264.

[6] Henry Kissinger, Mis memorias, White House Sears, Ediciones Atlántida, 1979.

[7] Kissinger se refiere a la polémica desatada por la construcción de una central atómica cerca de Cienfuegos, en Cuba, con asesoramiento soviético.

[8] Eduardo Galeano, Memoria del fuego III. El siglo del viento (México, Siglo XXI Editores, primera edición, 1986) 259

[9] Xabier Arrizabalo Montoro, Milagro o quimera, La economía chilera durante la dictadura, (Madrid, Los libros de la catarata, primera edición, 1995) 85-89.

[10] Manuel Agustín Aguirre, Solidaridad combativa con el pueblo chileno, en La transformación social y revolucionaria de América Latina, Volumen 5, (Quito, Ediciones La Tierra, mayo del 2018) 143-145

[11] Julio Cortázar, Declaración ante la Tercera Sesión de la Comisión Internacional de Investigación de los Crímenes de la Junta Militar de Chile. México, 18 de febrero de 1975.

[12] Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, (México, Siglo XXI Editores, primera edición en español, 1977) 199 – 200

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Profesor Emérito de la Universidad Central del Ecuador. Ex legislador. Literato. Mgs. en Relaciones Económicas Internacionales mención Comercio e Integración por la Universidad Andina Simón Bolivar. Phd en estudio latinoamericanos en UASB

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