Parágrafos dedicados a Isabel Allende, amiga socialista, hija del presidente Salvador Allende.
Germán Rodas Chaves
En enero de 1970, el famoso poeta chileno Neptalí Reyes –recibió el premio Nobel de literatura en 1971– declinó su candidatura presidencial en favor de Salvador Allende, que para ese entonces había logrado aglutinar a los más importantes sectores sociales de su Patria para el proceso electoral que se avecinaba.
El vate, conocido universalmente como Pablo Neruda, dijo que su determinación no solo constituía una prueba de confianza en su amigo, sino una respuesta a su convicción por contribuir a la unidad de las fuerzas populares y de izquierda. Allende respecto de aquella circunstancia afirmó que la determinación de su aliado dejaba en evidencia que “los intereses de los pobres y marginados estaban sobre cualquier situación transitoria”.
En septiembre de 1970, Allende ganó las elecciones y se posesionó en noviembre del mismo año como presidente de Chile, en medio de la expectativa de un pueblo que anhelaba un nuevo amanecer, perspectiva afianzada, entonces, en la Unidad Popular, la coalición política y de masas que estuvo presta a recorrer las alamedas por donde debían transitar las banderas del cambio y las nuevas formas de construir el socialismo.
Empero, el 11 de septiembre de 1973 –luego de una premeditada asfixia económica y política organizada en Chile siguiendo el libreto que se había fraguado en las esferas del poder de los Estados Unidos de Norteamérica– ocurrió el golpe militar en contra del presidente constitucional Allende, en medio de una atmosfera de persecución y muerte que cobró la vida del Presidente, así como de miles de sus compatriotas, a más de una lista interminable de desaparecidos y torturados y, adicionalmente, de haber provocado la diáspora por el mundo de los chilenos que, por sus ideas y convencimientos, fueron perseguidos por el dictador Pinochet.
Septiembre de 1973 fue un mes negro en la historia de la democracia electoral latinoamericana. Además, el 23 de septiembre de 1973 dejó para siempre el tráfago de la vida Neptalí Reyes Basoalto. Su repentina muerte constituyó parte del luto chileno de aquellos días. En sus instantes finales el poeta no dejó de repetir “los están fusilando…los están fusilando”.
Doce días antes del fallecimiento de Neruda, el bardo chileno –entre sollozos y aflicción–se enteró detalladamente de los acontecimientos que provocaron la desaparición física de su amigo el presidente Salvador Allende cuando ocurrió el asalto de las tropas militares al palacio de la Moneda y, pese a su enfermedad, tuvo pleno discernimiento de los sucesos que enfrentaba su Patria a propósito de la instauración del régimen fascista.
El pueblo chileno en aquellos aciagos días, igualmente, se impactó e indignó con el vil asesinato del trovador Víctor Jara –acontecimiento ocurrido en el estado Nacional de Santiago el 16 de septiembre de 1973– compositor que hizo de su actividad artística una manera constante para revelar los dramas de la miseria del pueblo y, también, las expectativas y sueños de los chilenos por mejores días.
Con los sucesos del 11 de septiembre de 1973, que provocaron todo tipo de persecuciones y prohibiciones, el sepelio de Neruda, que se produjo un par de días después de su fin, se constituyó en un acto inverosímil, pues el pueblo no solamente acudió a depositar sus restos en el Cementerio General, sino que, además, se convocó, en el mismo lugar, para rendir homenaje a los caídos en el golpe militar, así como para denunciar al mundo la represión de aquellos días. La Internacional y Venceremos, fueron los himnos que se oyeron en aquel dramático momento.
El sepelio de Neptalí Reyes fue, entonces, un desfile en homenaje al poeta, a quienes le habían acompañado en sus ilusiones, a los militantes que entregaron su existencia víctimas de la furia dictatorial. Un cortejo fúnebre que desafió la muerte, a propósito de la presencia de la soldadesca que se apostó a lo largo de dicho cortejo.
El funeral de Neruda sirvió para que Allende, Neruda, Jara, a pesar de estar orillados junto a la muerte debido a sus ideales, fueran capaces de convocar a quienes habían resuelto entrar en el camino de la resistencia, para enfrentar a los que destrozaron las ilusiones, en medio del terror y la muerte.
Cuando se cumple medio siglo de las circunstancias relatadas, no cabe la menor duda que toda referencia a esta realidad debe ir acompañada de la reflexión sobre los vericuetos para construir una sociedad distinta a la que vivimos y con la finalidad de comprender que toda lucha debe poseer paradigmas que sustenten la acción y que den cabida, incluso, a la muerte en resguardo de esos mismos ideales.
No debemos permanecer en los recuerdos –nos corresponde eso sí recuperar la memoria histórica de los hombres y mujeres y de los pueblos que han luchado por nuevos derroteros– sino aprehender de ellos para creativamente consolidar las paralelas que permitirán la traslación de nuestras sociedades a modelos económicos y sociales de justicia y equidad.
La muerte y el asesinato de quienes defendieron el modelo mediante el cual llegó al gobierno Salvador Allende, así como la asechanza que durante décadas han soportado los adherentes y simpatizantes de la Unidad Popular, nos han conducido, en más de una oportunidad a las palabras de Víctor Jara a propósito de la afamada canción que compusiera en 1968 y que la tituló Amanda: “Son cinco minutos/ La Vida es eterna/En cinco minutos…”
Víctor no sabía, entonces que había también escrito renglones cortos para recordar a personalidades de la reciente historia de Chile. Su mensaje hoy subsiste como referencia a un tiempo del cual debemos nutrirnos en la constante tarea por modificar todo. Definitivamente todo.
Militante socialista. Ex Secretario General de la Coordinación Socialista Latinoamericana. Académico. Autor de varios textos, entre ellos, sobre la Historia del PSE. Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción.