Manuel Salgado Tamayo
En 1995, cuatro años después de la desintegración de la Unión Soviética, Henry Kissinger, el teórico realista estadounidense, hizo un primer balance de la nueva configuración del poder mundial que ha resultado profética:
De todas las grandes potencias – y de las potencialmente grandes – China es la que va en ascenso. Los Estados Unidos ya son la más poderosa, Europa debe esforzarse por lograr una mayor unidad, Rusia es un gigante que se tambalea y Japón es rico pero, hasta hoy, tímido. En cambio, China, con unas tasas de desarrollo económico que se aproximan a 10% anual, un recio sentido de la cohesión nacional y unos ejércitos cada vez más poderosos, mostrará el mayor aumento de estatura entre las grandes potencias.
Kissinger reconoce que la China de Mao “se mostró decidida a ser una gran potencia independiente, pero fue frustrada por sus anteojeras ideológicas”[1], dice refiriéndose a los proyectos fantasiosos del “Gran Timonel” que llevaron, en la opinión del historiador marxista inglés Eric Hobsbawm a “dos décadas de catástrofes absurdas” originadas “en la fulminante colectivización de la agricultura campesina entre 1955 y 1957; el “gran salto adelante” de la industria en 1958, seguido por la terrible hambruna de 1959-1961 (probablemente la mayor del siglo XX) y los diez años de “revolución cultural” que acabaron con la muerte de Mao en 1976”. Pese a esos graves errores Hobsbawm sostiene que en la administración de Mao se mejoró el consumo medio de alimentos, la esperanza de vida aumentó de 35 años en 1949 a 68 años en 1982 y se registra un enorme esfuerzo por abatir el analfabetismo y extender los servicios educativos a la niñez y la juventud.[2]
Las cuatro modernizaciones y la reunificación de la Patria.
La muerte de Mao dio lugar a una lucha interna en el PCCH por el poder político entre la denominada “banda de los cuatro” que defiende las posiciones maoístas y el grupo encabezado por Deng Tsiao Ping que promueve las “cuatro modernizaciones” de China en: la agricultura, la industria, la cultura y la defensa nacional. Entre las tesis medulares de la política exterior China plantea una apertura al mercado mundial sobre la base de los principios de igualdad y beneficio recíproco y la necesidad de persistir en la reunificación de la Patria a base de negociaciones entre el Partido Comunista y el Kuo Ming Tang, advirtiendo que “jamás permitirán la intervención extrajera, porque esta significaría que China aún carece de independencia, con nefastas consecuencias para el futuro”.[3]Deng señala además que “el pueblo chino luchará contra el hegemonismo y en defensa de la paz mundial”
Las cuatro modernizaciones implicaron una transición del socialismo de Estado al “socialismo con peculiaridades chinas”, según la retórica oficial. El investigador Ugo Pipitone sostiene que el boom de la agricultura se produce luego de “el desmantelamiento de las comunas populares y su sustitución por un sistema de contratos familiares que otorgan amplia autonomía decisional a las pequeñas granjas independientes”. Las grandes inversiones de trabajo en obras públicas rurales y en el mejoramiento de los suelos, realizadas en las décadas previas, comienzan a dar sus frutos desde que se les otorga capacidad a las familias rurales para operar sin cortapisas en los mercados locales. El resultado es el de que la agricultura mundial crece a una tasa del 2% en las dos últimas décadas del siglo XX, mientras que la tasa correspondiente a China se sitúa en el 5%. Esta política de desarrollo rural saca de la pobreza a millones de campesinos que representan en 1980 el 70% de la población económicamente activa y se transforma en el motor del ahorro interno que hace posible la industrialización rural sobre la base de la organización de pequeñas y medianas empresas. Estas empresas de aldea daban trabajo en 1978 a 22 millones de personas que, en 1999 suben a más de 125 millones.[4] Simultáneamente el Estado planifica una estrategia para las dos próximas décadas ( 1980 – 2000) que se propone “tomar por asalto las plazas fuertes de la ciencia y de la técnica,” acelerar el proceso de industrialización a base de una política de apertura a los procesos de globalización y transnacionalización, pero sin perder de vista el interés nacional de apropiarse de los conocimientos científicos y tecnológicos que poseen los países capitalistas desarrollados, para lo cual se establece que las transnacionales deben enseñar al pueblo chino sus conocimientos, se contrata a científicos extranjeros que puedan enseñar en sus universidades y se desarrolla un programa de becas para que los mejores estudiantes vayan a las universidades emblemáticas del mundo, a cuyos graduados el Estado les garantiza el empleo y los ingresos más altos determinados por sus resultados prácticos. China logra con esta política de desarrollo económico crecer durante el período (1980-2000) a un promedio del 10%.
China y el sudeste asíático: la región de más rápido crecimiento económico.
En el tercer milenio la economía china sigue a la cabeza de los países del sudeste asiático que se han convertido en la región de más rápido crecimiento de la economía mundial. China se transforma en el taller manufacturero y el centro financiero de la economía global y en un enorme consumidor de materias primas: alimentos, minerales y combustibles, hecho que explica su rápida penetración en el Ecuador y América Latina, región históricamente bien dotada de recursos naturales y exportadora de productos primarios.
El presidente chino Xi Ping dijo en un discurso pronunciado en Beijing, en enero del 2015, ante de los líderes de la CELAC, que las empresas chinas invertirán hasta el 2025, 250 mil millones de dólares. El Centro de Desarrollo de la OCDE, en una publicación del 2017, señala que los inversores chinos ya han llegado a la mitad de esa meta. La inversión china que originalmente se orientada hacia los combustibles y minerales, que generan poco empleo, se han direccionado hacia los servicios de electricidad, finanzas, energías renovables y transporte.
El Partido Comunista Chino anunció en el 2013 la iniciativa de construir la Ruta de la Seda que supone el desarrollo de una serie de corredores económicos para conectar por tierra China con Asia Central y Europa. Un segundo proyecto llamado la Ruta Marítima del siglo XXI incluye las costas de China, el sureste de Asia, atraviesa el Indico y va hasta el Cuerno del África y por el Oriente Medio hacia el Mediterráneo. Se trata de dos proyectos colosales de integración comercial y desarrollo económico protagonizado por China. Solo el Banco de Desarrollo de China ha ofrecido dedicar 890.000 millones de dólares para financiar los proyectos.
La proyección de China sobre América Latina y África ha sido muy intensa en las primeras dos décadas del siglo XXI, coincidiendo con los intereses de los gobiernos progresistas y no progresistas, pese a la distancia geográfica.[5]
Ecuador estableció relaciones diplomáticas y comerciales con China en el año de 1980 en el gobierno de Jaime Roldós Aguilera. La participación de China en los negocios Petroleros se inicia en el régimen de Alfredo Palacio (2005 – 2006) aprovechando las condiciones creadas por la caducidad del contrato con la Occidental Petroleum Company, circunstancia en la que la multinacional china National Petroleum Company compra las acciones de Occidental – Encana en 1.420 millones de dólares. Pero es en el gobierno del presidente Rafael Correa en el que crecen las inversiones y los préstamos destinados a incursionar en campos tan diversos como el petrolero, la minería de metales preciosos, las hidroeléctricas, los proyectos de riego, las cocinas de inducción, las Unidades Educativas del Milenio, la Plataforma Financiera, entre otros. Hasta el año 2015, según la Base de Datos del Diálogo Interamericano, los créditos chinos sumaban 15 mil millones de dólares para financiar 11 proyectos considerados como emblemáticos. El periodismo de investigación y algunos círculos académicos y políticos señalan que los créditos chinos se han contratado a tasas de interés más altas que las que ofrecen las instituciones multilaterales y se han denunciado negociados y deficiencias en la construcción de las obras.
La coalición de facto entre China, Rusia e Irán.
El impetuoso crecimiento de China ha traído consigo una honda preocupación en los círculos imperiales que verifican se ha cumplido la advertencia de Brzezinski formulada en 1996 de que “la primacía global de los Estados Unidos depende directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su preponderancia en el continente euroasiático”[6] Y la particularidad geopolítica de la segunda década del siglo XXI es que ha constituido – de facto – una “gran coalición entre China, Rusia e Irán” pese a la política internacional militarista y expansionista que ha mantenido los Estados Unidos tanto en la región de tradicional dominio de la Unión Soviética donde por medio de la OTAN se tragó a Bulgaria, la república Checa, Hungría, Polonia, Rumanía, Albania, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania, Montenegro y Macedonia del Norte, en una evidente ruptura de las promesas que le hiciera George Bush a Mijail Gorbachov de que la OTAN no se movería hacia las fronteras rusas a cambio de que se acepte una Alemania Unida y se disuelva el Pacto de Varsovia.
Voces de los grandes teóricos de la “Guerra Fría” como George Kennan, Henry Kissinger, Bigniew Brzezinski y Thomas Freedman advirtieron que esa política desataría en Rusia el nacionalismo, el antioccidentalismo y el militarismo como ha venido ocurriendo desde que estallaron los incidentes del Euromaidan en Ucrania en el 2014. Pero Estados Unidos no solo empujó la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas sino que además rompió el Tratado sobre Misiles antibalísticos del 2002 y en el 2019 hizo lo mismo con el Tratado de Fuerzas Nucleares de rango intermedio y tiene en suelo europeo unas 180 bombas nucleares tácticas. La más reciente cumbre de la OTAN, realizada en junio del 2022 señala que: “Rusia, tras la invasión a Ucrania, se convierte en una amenaza directa para todo el mundo occidental, seguido de China, país que señala como un peligro desestabilizador para los Estados occidentales”.
Mientras se impulsa un cerco estratégico de la OTAN en torno a Rusia se desarrollan también las guerras contra Irak, Afganistán y Siria, en los contornos de Eurasia, con el objetivo de garantizar el control de los recursos naturales y asegurar la hegemonía estadounidense en las próximas décadas.
En realidad, la política guerrerista de los Estados Unidos tiene el objetivo estratégico de sostener y prolongar el poder anglosajón sobre el mundo que se ha mantenido durante los últimos 250 años, teniendo como potencias hegemónicas primero a Inglaterra y, en buena parte del siglo XX y lo que va del XXI, a los Estados Unidos de América.
Pero el impresionante crecimiento económico de China y su acelerada expansión comercial y financiera por todos los continentes han creado primero un desconcierto entre los círculos académicos que no atinan a descifrar el carácter del Estado y los modelos de acumulación que se utilizan en China y por ello acuden a diversos conceptos como “Capitalismo de Estado”, “Socialismo chino”, “Socialismo de mercado” o “Imperialismo”. La veloz transformación de China en una potencia mundial operada en el transcurso de apenas cuatro décadas es un hecho inédito en la historia de la humanidad que tiene en su seno elementos aparentemente contradictorios: Primero, se trata de una economía mixta en la que son de propiedad del Estado el 30% de los sectores estratégicos y el 70% pertenece a varias formas de propiedad mixta y privada. Segundo, a diferencia de Occidente donde se ha impuesto en las últimos cuatro décadas el paradigma neoliberal de mercado privado, en China rige una rigurosa planificación estatal de cumplimiento obligatorio tanto el sector público como el privado. Tercero, la República Popular China mantiene un régimen político de Partido Único, hegemonizado por el Partido Comunista Chino que para detener la “explosión demográfica” en el país más poblado del mundo, impuso la política neomalthusiana de “una familia un hijo”; mantuvo durante algunos años la pena de muerte para los delitos contra la propiedad del estado y puso en práctica políticas económicas y sociales que le han permitido sacar de la pobreza en 7 décadas a unos 700 millones de personas. Cuarto, el Estado y las empresas chinas en sus relaciones comerciales y financieras no utilizan las políticas de condicionalidad que se aplican en occidente bajo la supervisión del Fondo Monetario Internacional, aunque se mantiene la división internacional del trabajo que nos mantiene como productores de materias primas. Quinto, China ha tenido, desde la constitución de la República Democrática Popular en 1949, contradicciones y roces con algunos de sus vecinos, pero nadie podría acusarles de implementar una carrera armamentista pese al creciente poderío de sus fuerzas armadas. Sexto, en las dos últimas décadas del siglo XXI las empresas chinas que, tradicionalmente operaban en los sectores energéticos, de la construcción y el financiero, se han volcado hacia las industrias y servicios con tecnologías de punta donde se ubican Huawei, Alibaba con productos muy sofisticados 5G de comunicaciones y sistemas informáticos que les dan ventaja en los mercados financieros y de comercio. Pero el investigador francés Thomas Piketty advierte que, entre las élites de occidente, sobre todo entre los miembros de la oligarquía financiera que ha vivido en los últimos 40 años una fiesta de acumulación privada de capitales, se ha difundido el temor de que China va a poseer el mundo y de que su tendencia a poner el acento en las políticas de redistribución puedan liquidar su mundo de insultantes privilegios[7]y poner fin al reinado de las sociedades desigualitarias de occidente.
Vladimir Putin no quiere que se repita la mayor tragedia geopolítica del siglo XX.
Vladimir Putin, por su lado, no quiere que se repita “la mayor tragedia geopolítica del siglo XX: la desintegración de la Unión Soviética y la destrucción de la Rusia histórica”. Y, en efecto, desde 1990 hasta 1999 el PIB de Rusia cayó en un 45%, el 68% de los trabajadores industriales se quedaron en la desocupación. La crisis de la agricultura se profundizó y cientos de fábricas se cerraron. La destrucción del Estado Soviético dio paso a un panorama desolador de pérdida de casi todos los derechos sociales que se habían instaurado durante la vigencia del socialismo real. La enorme riqueza del Estado multinacional fue objeto de un proceso de “acumulación por desposesión”, como diría David Harvey. De la noche a la mañana Moscú se convirtió en una ciudad de multimillonarios que fueron aplaudidos por las élites de occidente, mientras millones de ancianos y niños morían de hambre y de frio, en la más absoluta pobreza.
Desde el 24 de febrero de este año Rusia entró en una guerra más abierta con Ucrania, que cuenta con el apoyo de la OTAN. El objetivo visible de la invasión rusa ha sido hasta ahora consolidar el rescate de la Península de Crimea efectuado en el 2014 y crear un corredor terrestre ejerciendo soberanía sobre las llamadas “repúblicas populares” de la región en Donbas que son ruso parlantes y creyentes de la Iglesia ortodoxa rusa. Mientras esta guerra entre los dos países, situados en el corazón de Europa, adquiere caracteres dramáticos y trágicos, se extiende también la ruina de las economías de toda Europa, afectadas por los cortes y gas y petróleo, por las dificultades creadas para ejercer su comercio exterior, que se suman a los efectos de la pandemia global, con impactos adversos también en América Latina, África y el Asia Central. Para colmo los medios de comunicación informan de la realización de ejercicios militares que incluyen la amenaza de que se usarían armas atómicas de carácter táctico. Pero el imperialismo norteamericano va más allá y la congresista norteamericana Nancy Pelosi activa las contradicciones con China por medio de una visita a Taiwán y el presidente Biden pide la autorización al Congreso para vender 1.100 millones de dólares de nuevo armamento a Taiwán, en una clara señal de que quieren extender la guerra hacia la vital región del Asia Pacífico.
La situación mundial creada por la estrategia militar norteamericana se desarrolla también mediante “La implacable narrativa occidental que sostiene que Occidente es noble y Rusia y China los malvados” postura calificada por el economista Jeffrey Sachs, de la Universidad de Columbia, como simplista y peligrosa, pues no se está utilizando la diplomacia para resolver las contradicciones sino las armas, ratificando la política utilizada por los Estados Unidos después del fin de le Guerra Fría en 1991 en su sueño por mantener la unipolaridad, periodo de tres décadas en que una base de datos de la Universidad de Tufits muestra que ha habido más de 100 intervenciones militares del Imperio americano en diversos lugares de la geografía global. Por los datos mencionados podemos ver que la contradicción principal del mundo está entre la unipolaridad o la multipolaridad que promueven las potencias emergentes.
Bibliografía:
[1] Henry Kissinger, La Diplomacia, (México, Fondo de Cultura Económica, primera edición en español 1995)
[2] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, (Barcelona, Crítica, Grijalbo Mondarori, 1995) 465-468
[3] Deng Xiaoping, Problemas fundamentales de la China de hoy, (Beijing, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1987) 24 – 25
[4] Ugo Pipitone, Agricultura: el eslabón perdido, (Revista Nueva Sociedad No. 174, julio – agosto del 2001) 91-92.
[5] Mariano Schuster, América Latina en la estrategia económica china. Entrevista a Gustavo Girado,( Revista Nueva Sociedad, Noviembre del 2017),
[6] Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial, la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. (Barcelona, Paidós, 1997) 39-48
[7] Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, (México, Fondo de Cultura Económica, traducción de Eliana Cazenave, Tapie Osoart y Guillermina Cuevas, segunda edición en español, 2015) 507-515.
Profesor Emérito de la Universidad Central del Ecuador. Ex legislador. Literato. Mgs. en Relaciones Económicas Internacionales mención Comercio e Integración por la Universidad Andina Simón Bolivar. Phd en estudio latinoamericanos en UASB